El retiro del puente antipeatonal de la zona de hospitales debería ser el inicio de una nueva era de planeación y diseño urbano en la Zona Metropolitana de Pachuca.
El peligro no era solamente el estado en el que se encontraba la obra, sino también la idea que promueve en la gente pensar que un puente se construye para el bienestar peatonal. A mí misma me tocó presenciar cómo el transporte público local, aventaban el vehículo a quienes, de manera intuitiva, preferían caminar ese cruce en lugar de subir el puente.
La prevención del riesgo, así como la protección de la integridad humana, en la planeación urbana es una de las responsabilidades del Estado. Por ello el retiro de ese puente fue congruente y necesario; como lo es la sustitución por un paso a nivel que, no sólo es más barato, sino que garantiza de manera óptima la movilidad universal ya que no representa un obstáculo para personas con alguna necesidad particular para la movilidad.
El contexto donde se ubicaba, una zona hospitalaria, impone estándares más altos de accesibilidad: personas usuarias de los servicios de salud con alguna condición médica que requiere cuidados, personas con discapacidad, adultas mayores, mujeres y personas que cursan un embarazo y personal de salud, requieren cruces seguros, a nivel y con apoyos adecuados.
Desde años atrás la gente ya pasaba a nivel de piso, así que la sustitución reafirma lo que ya se trataba de una práctica social. Los puentes como ese surgen en un espacio en disputa entre lo peatonal y lo vehicular, pero no tiene por objetivo equilibrar el acceso sino segregar a las personas a un lugar en el que no estorben el paso de automóviles.
Se debe señalar que se contrapone al caminar, no beneficia a las personas (quienes hacen mayor esfuerzo al subir y bajar escaleras) sino a los automóviles (que requieren sólo presionar un pedal para frenar); en ese ejercicio de inequidad se convierte en antipeatonal. Porque un objeto, una máquina, no debería estar por encima de los derechos de las personas.