Política

El olor como archivo de la memoria

La memoria olfativa es contundente porque el sentido del olfato está conectado con las partes del cerebro donde se gestionan las emociones y los recuerdos, es decir, no pasa por los filtros racionales de otros sentidos. Existe una conexión directa con el sistema límbico: las señales olfativas transitan desde la nariz —y sin escalas— hasta el bulbo olfativo que está conectado con el hipocampo (un protagonista en la formación de recuerdos) y la amígdala (encargada de procesar las emociones). Por ello, desde muy pequeños solemos asociar los olores con la emoción. En una ocasión abracé a un poeta nicaragüense en la FIL de Guadalajara y de inmediato me dijo: “Ligia, olés como mi mamá y me la acabás de recordar”. El perfume que traía (y que es el que suelo ponerme siempre) huele a talco con un asomo de rosas, jazmines y ylang ylang: pueden usarlo indistintamente hombres y mujeres.

El proceso principal de los olores no se hace a través del lenguaje o del raciocinio por lo que los recuerdos son más puros y brillantes. El olor detona no solo la memoria olfativa, sino que las imágenes, los sonidos o las sensaciones táctiles son especialistas para disparar la sinestesia. 

En lo personal soy un sabueso: huelo todo lo que puedo y mi olfato es la mar de sensible. Me gusta entrenarlo y así disfrutar más de los vinos, por ejemplo. Le Nez du Vin —un estuche con 54 frascos de los aromas más representativos de los vinos del mundo— ha sido “mi diccionario” olfativo en materia de elíxires dorados y color teja. Cuando estoy agripada —o cuando tuve covid y perdí por unas semanas “mi nariz”— me siento en un limbo donde me falta un canal de comunicación con el mundo.

La literatura también huele. En el libro Psychology for the Armed Services (1945) —elaborado por un comité de especialistas y editado por Edwin G. Boring de la Universidad de Harvard— se estudia el sentido del olfato como un instrumento de combate y cómo los olores impactan las emociones, el estrés y la moral de los combatientes: “a diferencia del tacto, el olfato es un receptor a la distancia y nos da información de objetos que no están en contacto con dicho sentido”.

En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (1913) es el ejemplo literario por antonomasia que detona la memoria a través del olor: el aroma de una magdalena mojada en el té desencadena un torrente de recuerdos en el narrador. El perfume de Patrick Süskind (1985) narra la obsesión por el universo de los olores de Jean-Baptiste Grenouille que quiere convertirse en el mejor perfumista del mundo y crear su obra maestra: un perfume que someta la voluntad de quien lo huela. Odorama de Federico Kukso es “un compendio de historias asombrosas que conectan el ayer, el hoy y el mañana a través de la dimensión olfativa de nuestra vida”.

Si le menciono el café de la mañana, la tierra después de la lluvia, los piecitos y la cabeza de sus hijos cuando eran bebés, ¿no se le hace agua la boca y se llena de nostalgia? Yo sí.


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Ligia Urroz
  • Ligia Urroz
  • Nicaragüense-mexicana de naturaleza volcánica. Transita entre la escritura, la música y el vino. Sommelier de vida. Publica su columna Desde el volcán los viernes cada 15 días en la sección M2.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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