El encierro, la carga laboral, la ansiedad por el riesgo de contraer la enfermedad que ocasiona el coronavirus ha impactado en las relaciones familiares e incluso las ha puesto al límite.
En definitiva las formas de relacionarnos en nuestros espacios más cotidianos se han transformado.
Con la pandemia y el entorno económico actual, los roles de género (comportamiento que se percibe en la sociedad como adecuado para cada sexo, hombre o mujer) también se han visto modificados.
Por ejemplo, en México las mujeres nos hemos convertido en una fuerza laboral importante, pero debido a nuestro rol socialmente asignado de “cuidadoras” asumimos cargas laborales no remuneradas que implican dobles o triples jornadas.
Por otro, lado los hombres han palpado otras realidades no asociadas a su rol más tradicional.
El padre de familia que asume actividades de crianza, más allá de su aportación como proveedor y que también debe realizar trabajo doméstico, porque en casa tanto mamá como papá trabajan.
Asimismo la parte emocional se encuentra en estado crítico. Hombres y mujeres podemos sentir miedo o angustia por la pandemia. Sin embargo, dentro de una sociedad patriarcal a ellos no se les está permitido demostrarlo y van desarrollando comportamientos que van desde la frustración hasta la violencia.
De acuerdo con las cifras de la Red Nacional de Refugios los reportes de violencia contra las mujeres han aumentado significativamente.
También la Secretaría de Gobernación informó que los refugios, comisiones y centros de apoyo a las mujeres víctimas de violencia no han podido frenar sus servicios por la contingencia sanitaria.
Entretanto surge un cuestionamiento: ¿será posible que la pandemia nos sirva de pretexto para educar a personas más funcionales, con capacidades de adaptación y resiliencia a entornos de incertidumbre?
Tal vez así sea. Las circunstancias podrían llevarnos a construir esa nueva realidad.
@nonobarreiro