La verdad es que sabemos poco o nada de todo o casi todo. ¿Tiene alguno de los lectores realmente claro qué política de seguridad pública propone alguno de los candidatos? ¿Y de política económica? ¿Hacendaria? ¿Educativa? ¿Salud? No hay programas de gobierno con estructura y un mínimo grado de detalle ni en la campaña de Meade, ni en la de Anaya, ni en la AMLO pese al ejercicio de copy-paste de hace unos meses, ejercicio que de todas maneras contradice con frecuencia. Hay promesas ambiguas: terminar con la corrupción, combatir la desigualdad, impulsar el crecimiento. Hay promesas puntuales —salvo que no se nos explica cómo serán cumplidas—: el “ingreso básico universal”, las becas para ninis. Hay promesas preocupantes: derogar la reforma educativa y la energética —o no, según el día y la audiencia—, cancelar el nuevo aeropuerto —ídem—. Hay ocurrencias: el Registro Nacional de las Necesidades de Cada Persona. Hay ocurrencias fascistoides: la Constitución Moral. Y poco más. Pero se ha hablado, mal, desordenadamente, de todo, con excepción de la Cultura.
No nos demos golpes de pecho: no es un tema urgente, ni siquiera prioritario. Pero tiene mucha importancia. No la tiene, y voy a patear el pesebre como he hecho antes, por lo que muchos de mis colegas del gremio literario podrían sostener. No me parece justificable, salvo contadas excepciones, financiar la creación con dineros públicos. Tampoco, publicar masivamente a creadores jóvenes, para empezar, y no tan jóvenes, para continuar. De hecho, me parece que el aparato editorial del Estado sufre una hipertrofia que sí es urgente revertir. Sobran asimismo abundantísimos premios que implican aparatos burocráticos caros, se sostienen en jurados demasiadas veces injustificables y ofrecen resultados casi nulos en términos sociales o creativos. Pero la Cultura importa por muchas razones. Importa porque se ocupa del patrimonio, que tiene, al margen de su valor intrínseco, un impacto considerable en la economía. Importa porque el Estado cultural ha sido exitoso en la promoción de la lectura, como paliativo del desastre de la Educación. Porque, con todos sus defectos, ha logrado impulsar el cine vía incentivos fiscales. Por las ferias de libro. Por la música.
Todo ese universo, a seis meses de las elecciones, le ha sido casi perfectamente ajeno a los tres candidatos a la presidencia (a los independientes les debemos un tiempito extra); solo AMLO propuso ya una secretaria de Cultura, Alejandra Frausto.
Es grave, y sí: es, sobre todo, sintomático.