Cultura

‘Wild Wild Country’

  • Malos modos
  • ‘Wild Wild Country’
  • Julio Patán

Llegaron de todos sitios, uniformados, decididos, llenos de pulsiones comunitarias. A la cabeza, un líder que alternaba una mirada de esas profundas e inescrutables, ya saben, muy cliché, con un espíritu aparentemente alegre. Había de todo: músicos, abogados, médicos, arquitectos, cocineros. Compartían un cierto temple festivo, sí, pero más que nada ese ímpetu que regala la certeza de que vas a transformar al mundo; de que tu lucha dará fin a la injusticia, la desigualdad, la depredación del hombre por el hombre; de que eres, pues, un revolucionario. Y, claro, cimbraron el entorno. Los viejos pobladores, burgueses de moral ortodoxa, simplemente no pudieron con esa invasión. La sociedad quedó fracturada.

¿Suena conocida la historia? Debería. Y es que Wild, Wild Country, la nueva serie documental de Netflix, sonadísima, aplaudida a rabiar, es en principio un documental sobre Osho, el influyente gurú New age de los 80, pero en realidad, como sin quererlo, sin peroratas, es mucho más: una reflexión sobre la fe, sobre la utopía, sobre los liderazgos carismáticos, sobre la inmigración y sobre la democracia, particularmente sobre la legitimidad del voto y la protección de las minorías ante el avasallamiento de las mayorías, tan vigente hoy, en la Nueva Era de los populismos.

En 1981, Osho, entonces llamado Bagwan, mudó su ashram de India, plausiblemente para huir de la justicia, a una muy pequeña población de Oregón, perdida en la mitad de la naturaleza y poblada por unas decenas de jubilados de clase media. ¿Habrá imaginado la tormenta que iba a desatar? Osho fue un heterodoxo: criticó pero aceptó entre los suyos lo mismo al gandismo que al hinduismo y el cristianismo, promovió el amor libre, y supo combinar los recursos de la espiritualidad de su país con las loas al capitalismo, un buen modo de maridar la túnica y las barbas con sus 30 Rolls Royce. Funcionó: reclutó a decenas y decenas de miles de seguidores, vendió otros tantos libros, se hizo famoso. Pero entró en colisión con sus vecinos, esos jubilados, en un conflicto que empezó con la movilización de sus seguidores por votos buenos para apoderarse de esa población por la vía legal y terminó con milicias armadas y la intromisión del fiscal general, seguida por los medios de todo el país.

Editada con virtuosismo, cadenciosa, con un material de archivo extraordinario, aguda, profunda, esta serie es de lo mejor que le ha pasado al documental en un buen tiempo. Y tiene, sí, lo que toda la buena televisión: nos permite vernos mientras vemos al otro.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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