Cultura

Todos somos ‘Gabo’

  • Malos modos
  • Todos somos ‘Gabo’
  • Julio Patán

Cumplió 90 años ayer García Márquez y los actos a mayor honra se dejan ver como de otra época, como los que se dedicaban a esos caudillos tan comunes en su obra. Leo, por ejemplo, en MILENIO que el nuevo billete colombiano de 50 mil pesos va a llevar su cara. Y leo a Jaime Abello, el director de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, hablar del riesgo de que se le mitifique, un paso previo, piensa uno, a que se multipliquen las estatuas y, peor aun, sus libros acaben en el estado de animación suspendida, de criogénesis, que vienen a ser esas colecciones de obras completas enormes, en pasta dura, que nadie lee y que son algo así como la arquitectura soviética del mundo editorial. Pregúntenle a Alfonso Reyes.

Dudo que eso pase, porque al Nobel colombiano, que no hizo concesiones a lo fácil en lo que a literatura se refiere, que no era condescendiente con los lectores, lo de engancharlos se le daba como a nadie. Más: lo de causar empatía, lo de volverse entrañable. Lo de que le dijeran Gabo, con una familiaridad que nunca cultivó. No creo que eso se deba al extraordinario talento barroco, cantarín y gozante que permea su obra. A su genio. Creo que, en efecto, y a diferencia de, digamos, Borges o el propio Reyes, tenía una capacidad extraordinaria para ponernos frente al espejo, valga el lugar común. Sí, leerlo es tener la sensación de que nos parecemos a sus personajes, incluidos los más atroces; sentir esa fascinación culposa que viene de la afinidad con los horrores tan bonitos que nos pone enfrente.

Hoy, con lo feo que está el mundo, tan autoritario, tan caudillesco, valdría la pena vernos, todo lo críticamente posible, en ese aspecto tan acrítico de su obra que son los retratos de hombres fuertes, con los que sí cultivó la intimidad. No hablemos ya de su relación con Fidel Castro, a fin de cuentas incomprensible, un enigma envuelto en un misterio: el dueño de la palabra en lengua española fue también el rey de la administración del silencio. Me refiero a sus loas ficcionalizadas a Bolívar y a su amor por el mandamás de El otoño del patriarca, pero también al periodista que elogió a Stalin, a János Kádár, al propio Fidel, a Omar Torrijos que fue su amigo e incluso a Hugo Chávez, el año 99, luego de un vuelo juntos a Caracas desde, dónde más, La Habana.

No fue un demócrata, García Márquez. Le gustaron con demasiada frecuencia las formas verticales del poder, las figuras providenciales, padres de pueblos. Como a tantos de sus lectores.

En ese sentido, todos somos Gabo.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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