Frank Sinatra cumple cien años, y al cumplirlos me recuerda que en mi familia hay desde siempre una disputa amistosa alrededor de él. Su defensor es mi padre, que al parecer ganó la batalla: soy sinatrista. Su detractora es mi madre, a la que sin embargo no dejo de entender. Porque Sinatra no siempre se ayuda.
Están, para empezar, las dudas persistentes sobre su presunto vínculo con la mafia, alimentadas, y no es poco, por El Padrino. Pero hay más, porque en Sinatra cada virtud tiene su asegún. ¿Un gran cantante? Más que grande, pero con una tendencia a la melcocha que difícilmente sintoniza con estos tiempos, dominados por auditorios más cínicos. ¿Un paradigma de bien vestir? Sí, pero cuesta trabajo pasar por alto, digamos, esa especie de guayabera, con pantalones grises a juego, que corona con un collar de conchas inadmisible en cualquier tiempo y lugar, como todo collar de conchas. ¿Una simpatía constante, propia de un hombre con cerebro? Sin duda, pero trufada con esa arrogancia que no se deja ocultar del todo.
Y sin embargo, les decía, soy sinatrista. Si ustedes no lo son, les doy cuatro motivos para convertirse. Uno es el documental que estrenó hace poco Netflix, Sinatra. Allor Nothing at All, un trabajo profesionalísimo, lleno de momentos que hacen, sí, entrañable a La Voz: ese en que le da una palmadita amistosa a un niño de un año que se le cruza a la salida de algún concierto, la dignidad con que transita en el escenario en periodos oscuros, la relación con su hija Nancy. Le debo la recomendación a José Enrique Fernández, talentoso hombre de radio y autor de mi segunda recomendación, que es el programazo que dedicó a "My Way" en el Imer.
La tercera es de Gay Talese. Si no conocen esa obra maestra de la crónica, "Frank Sinatra está resfriado", corran. Léanla en inglés, o compren la traducción de Alfaguara, o rastréenla en Letras Libres. El Sinatra de Talese, último gran maestro del nuevo periodismo, no es entrañable: es poderoso. El autor entiende siempre la fuerza de lo aparentemente nimio, y un catarro, cuando es sufrido por un monstruo escénico de esos niveles, dice mucho sobre él y tal vez sobre el mundo entero.
Termino con Pete Hamill, otro notable del periodismo gringo, que fue amigo de Sinatra y le dedicó un libro, Por qué importa Sinatra (El Equilibrista). Ese Sinatra es otro: el decente, el buen camarada, el que de ninguna manera perteneció a la mafia; un hombre como dios manda, generoso y honesto. Un Sinatra a contracorriente.
Así que ni hablar, madre: pese a todo, Sinatra.