Dos virtudes brincan de inmediato del nuevo libro de Braulio Peralta, El clóset de cristal. La primera es redondear la imagen de intelectual público de Monsiváis con la mira puesta en su papel, particularmente opaco, en la lucha por el respeto a la diversidad sexual, sobre todo en eso que en la presentación del libro mismo llaman el “movimiento homosexual mexicano”, y que en realidad fue y es un archipiélago de muy diversos movimientos más o menos (comprensiblemente) clandestinos, inclinados bien a lo underground, bien a lo mainstream, a veces anclados en lo cultural, otras veces incrustados en las corrientes protagónicas de la izquierda.
Ésta es la segunda virtud del libro: compone una crónica detallada, “desde dentro”, del camino que atravesaron muchos de nuestros conciudadanos para ganarse los derechos elementales que les corresponden, una lucha que en el “mundo heterosexual” nos ha pasado de noche, y mal está.
En cuanto a la primera virtud, va a hacer ruido. Hace años, Luis González de Alba publicó una dura y precisa semblanza de Monsiváis en Letras Libres, “El gran murmurador”. Su objeción central es que Monsiváis fue marrulleramente ambiguo; que el más público de nuestros intelectuales —las palabras son mías— desarrolló la parte medular de su reflexión en lo oscurito, tras bambalinas. Dije que Monsiváis había sido en el terreno de la lucha por la diversidad “particularmente ambiguo”. Preciso: fue ambiguo en estos terrenos, como lo fue, según recuerda Luis, ante los bloqueos de Reforma de AMLO o frente al mesianismo del Subcomandante Marcos. Una ambigüedad, añade Luis, que se extiende a ese estilo sinuoso hecho de ironías y referencias no siempre aterrizables.
Me parece que la primera incomodidad que motiva el libro de Braulio es justo la de haber conocido a un hombre capaz de lucidez crítica e inteligencia para entender la necesidad de ciertos compromisos que, no obstante, se quedó siempre corto por esa incapacidad para apostar fuerte en lo público, fuera en la lucha por la aceptación de las llamadas minorías sexuales o en la no menos necesaria por una izquierda civilizada.
Monsiváis aparece, en el texto de Braulio, a sombra y sombra. Literal y figuradamente: se le ve, sí, en la intimidad-intimidad, en un vapor —una escena por lo menos desconcertante para muchos, yo incluido—, pero también en otra intimidad más enaltecedora, otras sombras: las de las reuniones de activistas, el debate intelectual, el intercambio de ideas, donde fue, sin duda, un motor con unos cuantos caballos de fuerza.