¿Para qué sirve la literatura policiaca, concretamente la negra, más allá del entretenimiento inteligente que ofrecen los Stieg Larsson-Hening Mankell-Paula Hawkins-Samuel Bjork que —acéptenlo, queridos lectores: fuera máscaras— tanto nos emociona ver en las mesas de novedades? No voy a teorizar demasiado, porque escribo entre Navidad y Año Nuevo, es decir, entre indigesto y crudo, con una flojera que casi llamaré existencial, y asumo que muchos de ustedes andan en las mismas. Diré nada más que me viene a la mente James Ellroy, que utiliza el género como un medio de experimentación formal y una herramienta de provocación que lo acercan mucho a la gran literatura mainstream. Y que me viene todavía más a la mente Martín Solares, que hace poco publicó No manden flores (Random House) y francamente se voló la barda.
No se nos da mal últimamente el thriller en tierras mexicanas. De PIT II a Élmer Mendoza, Bef, el Antonio Ortuño de Méjico y hasta cierto punto Juan Pablo Villalobos, que coquetea con el género aunque no bucea del todo en él, algo han entendido nuestros contemporáneos de lo que permite la literatura noir a la hora de retratar una realidad tan ominosa como la mexicana. Pero, sin menoscabo de tan buenos narradores, lo de Solares merece comentario aparte. Ya le conocíamos las buenas hechuras gracias a Los minutos negros. Pero en No manden flores, que parte de la anécdota mínima de un ex policía honesto contratado para resolver el secuestro de una adolescente de clase alta, consigue trasladarnos, literalmente, al infierno, solo que un infierno que conocemos bien: el de Tamaulipas, tal vez la expresión más acabada de nuestros fracaso civilizatorio. Como no queriendo la cosa, la trama se enreda, los personajes se multiplican y se transforman complejamente pero sin alharacas, los registros idiomáticos cambian y mientras eso pasa uno, el lector, siente la invasión en el espíritu de una desesperanza honda, implacable, que no deja resquicios. Vaya Tamaulipas la del tamaulipeco Solares: violenta, corrupta, idiota, capaz de fagocitar cualquier resquicio de decencia, inmune a la compasión, terriblemente cruel con la ingenuidad, que es una fruta rara y de vida cortísima.
Compren y lean No manden flores. Regálenla para Reyes o para la cuesta de enero. No les va a alegrar la vida, pero se las va a arreglar para entretenerlos página a página mientras les apalea el corazón. Si eso no es propio de un escritor de pies a cabeza, no sé qué puede serlo.