Cultura

"Los años sabandijas"

  • Malos modos
  • "Los años sabandijas"
  • Julio Patán

Puede ser que en un futuro próximo los 80 chilangos sean recordados como “los nuevos 60” o algo por el estilo. Pasaron cosas de peso durante esa década, sí, muchas veces sin que nos diéramos cuenta. El rock comenzó a salir de las catacumbas setenteras, los famosos hoyos fonqui, para rediseñar la vida nocturna del DF, que empezamos a habitar de maneras muy diferentes; el sismo del 85 ayudó a resquebrajar el monolito priista, según celebró Carlos Monsiváis con cierto exceso de optimismo; los medios empezaron a vivir una cuota de libertad que hubiera sido impensable durante la década anterior, y la selección mexicana dio la primera señal de que sería sin remedio ese dolor de cabeza para el contrario –ya no un mero flan como en el 78– que sin embargo está condenado a la derrota en la hora buena. Hay algo de fin del ancien régime en esos años, sí. O sea, de vida nueva. De mundo en perspectivas. Pero un mundo que no se parece al de las crónicas de Monsi o a la épica militante del periodismo de izquierdas que celebraba el nacimiento del Frente Democrático Nacional. Un mundo que hay que buscar en otra parte.

Y es que, para la mayoría de los que por entonces nos asomábamos a la primera juventud, o nos despegábamos de la adolescencia, los 80 se parecen más, mucho más, a los de la ácida, sofisticada, canallesca, brillante nueva novela de Xavier Velasco, Los años sabandijas. Está en plena forma, Velasco. Armada con una arquitectura elaboradísima que le habrá dado bastante trabajo levantar y de la que no puedo hablar mucho so pecado de spoiler, la novela es un ejercicio coral que resulta, sí, en un retrato de época –con banda sonora, con guiños a la moda, con recuerdos de edificios perdidos, hombres con aretes y reventones con olor a Commander o Mappleton: un relato que golpea los sentidos permanentemente–. Pero es también un ejercicio de picaresca más bien atípico en la tradición mexicana –el Ruby y el Roxy tienen antepasados en el siglo XVII español– y sobre todo un capítulo nuevo en la más bien reciente historia literaria de la Ciudad de México.

Porque a la manera de La región más transparente de Carlos Fuentes y quizás en menor medida de Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, la sagrada urbe chilanga de los 80 es, sí, el personaje principal de esta novela. Un personaje que reclamaba a gritos un cronista como el memorioso Velasco, que te convence de que la paseó, la bailó y la escuchó, pero sobre todo de que, como toca hacer a los buenos cronistas, la sobrevivió.

Léanla.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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