Leo que La Jornada vive horas de zozobra. Llamó a huelga el sindicato, que se niega a aceptar los recortes salariales propuestos por la directiva, ni hablar ya de la idea de disolver el contrato colectivo, mucho más que justo. Y hay un pronunciamiento público de la mencionada directiva que parece de una cabal sinceridad. Que los ingresos han caído dramáticamente. Que la crisis de los impresos —patente incluso en titanes como el New York Times— le ha pasado una factura elevadísima. Que no hay manera de mantener semejantes condiciones laborales. Que la alternativa es el cierre, y que con él pierden todas las partes, cosa imposible de discutir.
Oigo en YouTube a El Fisgón, caricaturista de años, decir que hay una “situación crítica”, pero que también hay “mano negra”. Que La Jornada va a “ser estratégica para 2018” y que sin ella el “espacio de libertad se restringe brutalmente”. Oigo y leo a hombres inteligentes como Guadalupe Acosta Naranjo, Paco Ignacio Taibo II, Fernando Belaunzarán y Fabrizio Mejía hablar con preocupación del posible cierre del diario, con buenas razones.
También leo en Twitter cómo AMLO muestra su solidaridad con la directora del periódico, Carmen Lira. Que es un diario fundamental para el “movimiento democrático”, dice el líder de Morena.
Y leo cómo se multiplican las muestras de consternación por el futuro de, se dice y se repite, un periódico tan comprometido con eso: las libertades, la democracia.
Por fin releo La Jornada, la de los últimos 15 años y poco más. Leo a Fidel Castro, que fue columnista hasta no mucho antes de morir, cuando su semirretiro tras casi medio siglo en el poder. Leo a Alfredo Jalife, que lo es todavía. Habla mucho de la conspiración judía mundial. Leo el editorial del periódico del 12 de septiembre de 2001, esa donde nos hablan sobre los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono: que “la matriz cultural del horror vivido ayer en el país vecino no parece árabe ni islámica ni asiática, sino, tal vez, profundamente estadunidense”, eso nos dicen. Leo a Gilberto López y Rivas, también columnista de años, decir que sí, fue reclutado por la KGB, y que a mucha honra. Leo otro editorial, el del 6 de marzo de 2013, donde se habla de la herencia de Hugo Chávez, recién muerto: “Un sistema político renovado, en el que se desarrolla una competencia partidista real”.
Ahí la herencia libertaria. Leo en Twitter que está en riesgo por la amenaza de “los ultras”. Lo dice, otra vez, El Fisgón. Un hombre que ha consagrado su vida al humor.