Pasan a la segunda ronda de las elecciones francesas Macron y Le Pen, y nos llevamos la sorpresa, que no lo es tanto, de que las encuestas acertaron. No lo es tanto porque sí, el equilibrio histórico de poderes en la política, al menos en los países desarrollados, cambió. En Francia el gobierno se lo prestaron los socialistas y los republicanos, unos y otros moderados, durante muchos años. Se acabó. Macron y Le Pen son algo parecido a dos candidatos independientes, a la cabeza de ¡En Marcha! y el Frente Nacional, que vienen a ser un también moderado ornitorrinco político y otra de las aberraciones de ultraderecha que pululan por ahí.
¿Qué impresión dan los ganadores? La misma que da Trump, o Boris Johnson en Inglaterra: la de ser unos arribistas que marean el discurso a conveniencia, sin escrúpulos, con tal de acceder al poder. Trump apoyó la despenalización del aborto y no participó en unas primarias republicanas hasta que fue a votar por… Él mismo. Macron, banquero, se fogueó políticamente en el Partido Socialista… Donde impulsó políticas abiertamente liberales. Le Pen defenestró a su padre, Jean-Marie, líder histórico del Frente Nacional, para darle una lavadita de cara a una organización que estaba a media rayita del nazismo. Un éxito. Ahora está a tres cuartos de rayita y tiene gancho con cierto sector de los jóvenes, que ven en el salto al pasado, el de la Francia cerrada, patriotera, una paradójica opción de futuro. Para alcanzarla, Le Pen no titubea en llamarse “defensora del pueblo” o citar a De Gaulle.
Así que lo dicho: uno tiende a pensar que estamos en la era del arribismo. ¿Será? Más bien, hay formas diferentes del arribismo. El cambio en el equilibrio de poderes responde entre otras cosas a la percepción extendida de que los políticos tradicionales han sido justamente unos cínicos, unos arribistas que muestran una cara diferente según se mueve el viento, con tal de que el barco llegue a puerto. La literatura ofrece antecedentes esclarecedores. Rastignac, personaje de Balzac, era muy popular en el XIX como encarnación del cinismo político: salta de liana en liana, usa su encanto para escalar, hace lo contrario de lo que dice o viceversa. Pero es operativo: no trae el Apocalipsis, el desastre. Ese sería Doresmus Jessup, el populista, el fascistoide, el improvisado de la novela gringa It Can`t Happen Here, de Upton Sinclair, que profetizó a Trump en 1935.
Así están Francia, y buena parte del mundo: entre Rastignacs y Jessups. O sea, más o menos como siempre.