Habrán oído que Netflix estrenó Ingobernable. No es caer en pecado de spoiler recordar de qué va. El Presidente es asesinado. Todo apunta hacia la Primera Dama, Kate del Castillo, que ante la evidencia de que enfrenta un montaje, una conjura, opta por darse a la fuga. Lo que sigue es un thriller político que dialoga a distancia con series como House of Cards o Homeland, y que incluso lo hace, a ratos, con fortuna…
A ratos. Ingobernable es valiente y eficaz por ráfagas y sólo en términos televisivos. Ya tocaba que alguien se atreviera con el género, y que lograra momentos tan notables como el arranque de la serie. Aquí sí medio que va un spoiler, pero la secuencia inicial de violencia de pareja, detonada porque la esposa del Presidente le pide el divorcio —bravo por la idea—, tiene fuerza y verosimilitud.
Hay otros momentos así, espaciados. No es poco el mérito. El problema radica en los contrapuntos: en las constantes bajadas de calidad, que son de montaña rusa. Brincan, chirrían en Ingobernable escenas de acción realmente muy, muy mal logradas, algunas actuaciones de sonrojo y sobre todo demasiadas concesiones al flash back telenovelero, un recurso baratísimo en todos los sentidos. Ahorrarse una lana usando la escena de hace dos meses para recordarnos que la protagonista rechazó al patrón macho y alcohólico cuando quiso besarla se justifica en un culebrón de 150 episodios. Pero ¿en una serie de 15? ¿De veras creen que el espectador se olvidó de que el presidente fue asesinado dos episodios antes? Zona de confort, que le llaman.
Donde de plano soy incapaz de ver la valentía es en la lectura política que ofrece o sugiere Ingobernable. El género tiene que jugar con las estructuras narrativas del conspiracionismo. No hay compló, no hay thriller: punto. Nada que reprochar, pues, a la idea de que hay un gobierno en las sombras emanado de las cúpulas militares y la CIA, y que esas cúpulas están dispuestas a actuar con violencia contra el pueblo bueno. Como no hay nada que reprochar al recurso a la otra convención del género, los guiños a la realidad: Ayotzinapa, la narcopolítica, etc. Divirtámonos con ello. Los gringos los hacen de maravilla. Pero que nadie piense que usar esas herramientas involucra una denuncia valiente y arriesgada, o la revelación de una verdad cueste lo que cueste. Esto es ficción de la más convencionalita. Los que pagan el precio de indagar en verdades incómodas, en México, están en otra parte.
Lo que pasa es que la retórica de “fue el Estado” es muy rentable. Esa también es una zona de confort.