Cultura

Goytisolo y el exilio

  • Malos modos
  • Goytisolo y el exilio
  • Julio Patán

Los hijos y nietos del exilio español, criados en escuelas, clubes y centros culturales de refugiados —una endogamia con muchas virtudes, pero que provocó algunas distorsiones en nuestra mirada al mundo—, crecimos con la idea de que el régimen de Franco, la forma de aldeanismo más cruel del siglo XX, le había dado un golpe de muerte a la literatura española hecha en España. Que la voluntad crítica, la pulsión transformadora, el inconformismo propio de la literatura de a de veras: la heterodoxia, pues, había escapado de la península cuando Machado se fue a morir a Colliure el 39, Alberti tomó el rumbo de Argentina y Juan Ramón Jiménez el de Miami, mientras que en México nos beneficiábamos de la llegada de León Felipe, María Zambrano, Luis Cernuda o Max Aub.

La mitad de esa certeza era correcta. En efecto, el exilio fue una mutilación cultural para España. La otra mitad, una injusticia. Del Nobel que fue Camilo José Cela, al mal bicho que fue Francisco Umbral, a Gonzalo Torrente Ballester, España supo cultivar sus heterodoxias. Vean sino a Juan Goytisolo.

Memorialista implacable con su personaje como todos los memorialistas, novelista, ensayista a contracorriente, Goytisolo (1931) murió hace unos días celebrado como un hombre que tendió puentes entre civilizaciones. Se da por buena la aseveración, siempre que se acepte que son puentes movedizos, de los que dan vértigo. Incómodos. Goytisolo leyó a fondo a los clásicos españoles, Cervantes para empezar, bien arraigado en su cultura, pero huyó de España el 56 para refugiarse en París y luego en Marruecos, su casa definitiva. Lejísimos del fundamentalismo, nos tradujo la complejidad del Islam, pero lo hizo siempre como una manera de plantarnos frente a nuestros prejuicios, nuestro conservadurismo, nuestra ceguera frente a los otros. Era un incordio: una lectura sin sosiego, brillante y espinosa. A propósito, no sólo se acercó al Islam con criterio abierto. Lo hizo además con valentía, como reportero. Ahí quedan su Cuaderno de Sarajevo, en plena guerra en la antigua Yugoslavia, o Paisajes de guerra con Chechenia al fondo. También fue un progresista, pero un progresista incómodo. Ahí están sus críticas de la primera hora al castrismo, cuando el caso de Heberto Padilla. Y supo estar cerca en la distancia. Estaba al tanto de la política peninsular. Nacido en Barcelona, crítico permanente y mordaz del hispanismo ultramontano, se opuso también al nacionalismo catalán. Lo dicho: un incordio.

Cabeza de trasterrado, eso tenía. Vocación de exilio.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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