Cultura

El fin de la vida nocturna

  • Malos modos
  • El fin de la vida nocturna
  • Julio Patán

Los lectores un poco mayores que yo recordarán lo que era la vida nocturna chilanga hace 35, 40 años, particularmente para los jóvenes: un páramo, en el que te movías en tugurios clandestinos no libres de riesgos y, sobre todo, bajo la amenaza de una policía violenta y corrupta que alcanzó sus momentos más negros bajo el oscuro reinado del Negro Durazo. Las cosas empezaron a mejorar a mediados de los 80, cuando abrieron bares de otro tipo, formales, no clandestinos, ligados en general al fenómeno del rock mexicano, ese de Caifanes, Café Tacvba, Santa Sabina, la Maldita Vecindad. Y todo cambió. Cambió, primero, la música; con la música, las artes visuales, el teatro, la literatura y hasta el cine, porque la vida nocturna como debe ser, aquí y en todas partes, va muy ligada a la creación. Pero sobre todo, alrededor de esa efervescencia cultural hubo un cambio en el modo en que vivimos la ciudad. En el modo en que decidimos vivir unos con otros.

Pasa que la vida nocturna es, a la vez, un motor de la convivencia civilizada y un termómetro de esa convivencia. Las sociedades con una vida nocturna activa y organizada son sociedades libres, sociedades que se tienen confianza y, claro, sociedades mínimamente seguras. Ciudad de México, desde aquellos 80, ha tenido una vida nocturna así, cada vez más rica por añadidura. Una vida nocturna que está en peligro, por dos razones íntimamente ligadas, y ligadas sobre todo a los últimos años de la administración saliente: la violencia y la corrupción. Está la violencia a la que estamos cada vez más expuestos los ciudadanos: la de la mesa de matones en el antro, la del tiroteo que ojalá no te toque, la de los cada vez más asaltos en los semáforos. Y está la violencia que sufren los empresarios de establecimientos nocturnos, sometidos, como sabemos todos, al pago de protección, que dicen las autoridades que no está muy extendido, y a la invasión de vendedores de drogas, empleados de ese crimen organizado que las autoridades nos aseguraban que no existía. Fenómenos, claro, que son posibles no ya por la incompetencia de esas autoridades, sino por su complicidad.

Ojalá que la administración de Claudia Scheinbaum atienda a esta amenaza. Que no la tome como una minucia. Que combata la extorsión y a quienes la apadrinan. Porque lo que se juega no es poco con el fin de la vida nocturna: suena cursi, pero de verdad esa vida es parte esencial de lo que somos. De lo que es la ciudad compleja, cabrona y fascinante que decidió gobernar.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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