Que se cancelara la Navidad y que ese festivo se moviera al 26 de julio, fecha que conmemora, según sabemos, el fallido asalto al Cuartel Moncada por Fidel Castro —el hombre que, según repitieron los medios afines cuando su muerte, eludió toda forma de culto a la personalidad—. Que matar una vaca implicara 25 años de cárcel, porque las escasas reses en la Cuba socialista pertenecen todas —desde las normalitas hasta las mejoradas que intentaba crear mediante cruza el Comandante en Jefe, ganadero virtuoso— al Estado. Que la cartilla de racionamiento incluyera un muslo de pollo por persona y un tubo de pasta dientes por familia cada tres meses. Que a un veterano de las guerras internacionalistas cubanas lo encarcelaran por robarse una lata de comida para cerdos. Esas son las cosas que nos cuenta Rubén Cortés (Pinar del Río, 64) en Los nómadas de la noche. Cuba después de Castro, un libro al que llamaré crónica personal, a falta de mejores categorías taxonómicas.
Y es que, como en Un bolero para Arnaldo o, antes, en ¡Cuba, Cuba! (todos en Cal y Arena), Cortés apela a la memoria familiar o personal, a sus años cubanos (es mexicano hace tiempo), a su día a día y el de su padre o sus tíos o sus vecinos; es decir, a la anécdota que no está en el centro de la Historia con mayúsculas, sino en la cotidianidad violenta y miserable del cubano de a pie, para desde ahí hacer una reflexión de fondo, un ejercicio discretamente ensayístico —de ensayo que no ostenta sus armas, de ensayo undercover— sobre el totalitarismo de izquierdas en general, y particularmente en su versión isleña. Una versión que estaba tentado a calificar de surrealista, pero el término es demasiado generoso. El socialismo a la Castro fue inoperante y cruel desde que nació hasta la muerte del Comandante. Punto. ¿Se supo vender con eficacia, convencer? Sin duda. Fue su única virtud reseñable, al margen de la eficacia represiva sin cortapisas.
El método de Cortés resulta de una eficacia notable: desmantela esa Utopía, como la llama con ironía seca, ladrillo a ladrillo, con una lupa que amplía los mil detalles del socialismo caribeño y, sobre todo, con una envidiable capacidad descriptiva. Es eficaz porque Cortés, que lo sufrió, entiende lo que se niegan a entender los nostálgicos y talibanes del bien pensar en el Occidente democrático: que el socialismo es una gran alternativa de sociedad, con una condición: que esa sociedad no sea la tuya.
De que no se pierda el legado de Fidel. De eso trata este libro. Sobra decir que el legado real.