Anduvo por estas tierras Mark Thompson, cabeza del New York Times (CEO, se les llama ahora) y autor de un libro minucioso y lúcido sobre el uso del lenguaje en la política actual. Lo que en demasiados casos quiere decir, y sobran las explicaciones, sobre su retorcimiento, sobre su hiperbolización. Sobre la posibilidad de magnificar como nunca la mentira. Sobre la degradación del lenguaje: de herramienta comunicativa a herramienta de manipulación; a propaganda, digamos. Sin palabras. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política?, se llama, y es buena idea acercarse a sus páginas.
Lo que me ocupa ahora, sin embargo, es lo que dijo Thompson en una mesa en Querétaro respecto a Donald Trump, con el que, sabemos, su periódico tiene una confrontación abierta al menos desde los días de campaña presidencial. Que el Agente Naranja es tremendamente sincero con sus sentimientos, dice Thompson, y es cierto. Entre las muchas contradicciones del presidente gringo, entre sus contrastes más visibles, está el que se traduce en un jaloneo entre su condición de mentiroso compulsivo —ese mentiroso que igual acusa a Obama de no ser gringo que niega sus conexiones con Rusia que a Hillary Clinton—, y el troglodita de bar que tuitea o grita sus fobias sin pudor frente a los medios. Una contradicción, hay que decirlo, que funciona.
Hoy, hablar descarnadamente, tirar espumarajos por la boca, insultar; ir de francote, pues, resulta una estupenda forma de caminar hacia el poder y conservarlo. La verdad gritada, chillada, vomitada, es una vía de comunicación directa con muchos miles de ciudadanos como los que se apelotonan en los mítines trumpianos a clamar contra los inmigrantes, los afroamericanos, los judíos.
Los que aplauden las diatribas contra los medios y las promesas de construir un muro absurdo. Los enojados.
¿Recuerdan House of Cards y la capacidad de encubrimiento de Frank Underwood, la sutileza conspiradora de Las relaciones peligrosas, el retorcimiento elegante de los políticos florentinos o romanos siempre interpretados por ingleses? Me parece que no viven su mejor momento. Es la era de los chillidos de Maduro, de Boris Johnson, de alguna figura sureña en estas tierras. La era de la verdad, que sirve además para esconder la mentira. Una era vulgar y estridente, sí. Muy distinta a Mark Thompson y su libro ecuánime y corrosivo.