Mañana domingo celebramos en México el llamado Día del Padre. El festejo (cumple 78 años) se debe, según la historia, a una mujer lagunera:
Carmelita Tostado Gamboa, quien para recordar a su progenitor dio inicio al agasajo el 15 de junio de 1946.
Gracias, pues, a quien seguramente nació y vivió en Gómez Palacio, si me guío por los apellidos y su identidad regional.
El Día del Padre, sin embargo, ha devenido en su práctica, en su razón de ser, y hasta en su justificación, en una efeméride ya vulnerada, frágil, casi casi intrascendente. ¿Es así?
Si creemos en la publicidad y mercadotecnia del tema, podríamos decir que no, que el Día del Padre es robusto e infaltable en el país, que forma parte de nuestras tradiciones y que por nuestra estructura familiar nunca podría dudarse de su importancia.
Un video que me hizo llegar mi querido maestro y amigo, el Dr. Felipe del Río, hace saber que el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación (en la Ciudad de México) está promoviendo que desde las leyes y los gobiernos se prohíba dicha celebración a nivel nacional, empezando en las escuelas de educación básica.
La razón esgrimida es que el Día del Padre, según lo exponen, exalta un solo tipo de modelo de familia y se excluye una visión incluyente de todas las infancias.
El documento resume que esta posición -por ahora un mero planteamiento o propuesta- se ubica, a final de cuentas, en una ideología de género. ¿Hacia dónde vamos, pues? Es probable un marco superlativo de intolerancia.
No quiero hablar ni de minorías ni de mayorías, sería injusto y discriminatorio; pero si como se informa la intención es que el Día del Padre en forma paulatina pase al olvido para privilegiar y argumentar que socialmente deben tener cabida otras formas de ser jefes de familia, o papás, nos estaremos introduciendo a un laberinto sin salida.
Sé que no es fácil ni entender ni explicar y mucho menos aceptar que todos los seres humanos requerimos de un hombre y una mujer, de una mujer y un hombre para ser engendrados.
Esta es la realidad, única, unívoca, inalterable en la naturaleza humana: nacemos de un papá y una mamá. De nadie más.
Y esto no es ser reaccionario ni conservador, como tampoco liberal o progresista.
Es solo sentido común, somos humanos, seres vivos, nativos de la tierra por haber sido fecundados en pareja.
Las madres de familia, los padres de familia, los hijos e hijas, toda la prole que somos, así aparecimos en este mundo para ser parte de, festejémonos, celebrémonos, abracémonos, amémonos.
Y seamos empáticos, solidarios, fraternos, respetuosos de quienes decidieron tener otro recorrido en su vida y vivirla de manera diferente.
Al final, cada quien es dueño de la suya, y hace de ella lo que crea conveniente, lo que le venga en gana, consciente e inconscientemente.
Por ahora, mañana domingo, al menos yo y como lo hago desde el 16 de diciembre de 1988, agradezco -en silencio- ser padre de mi hija, un ser humano de inmensa y poética luminosidad.
Y saludo y abrazo a mi padre, allá en su eternidad.
¡Feliz Día del Padre!