Ser un buen ciudadano no solo significa cumplir con las normas, sino también participar activamente en la construcción de un entorno seguro. Respetar a las fuerzas del orden y promover la cultura de la legalidad son acciones fundamentales para fortalecer el trabajo de las autoridades.
Por su parte, las instituciones de seguridad pública tienen la responsabilidad de garantizar un trato digno, transparente y eficiente, que genere confianza en la población. Cuando los ciudadanos perciben profesionalismo y cercanía por parte de la policía, se crea un círculo virtuoso: aumenta la cooperación, se reducen los conflictos y mejora la convivencia.
La desconfianza histórica hacia los cuerpos de seguridad ha sido uno de los mayores obstáculos para una sana relación con la ciudadanía. La seguridad pública en México es un tema que preocupa y afecta a todos los sectores de la sociedad. Sin embargo, pocas veces se enfatiza en la importancia de la relación entre ciudadanos y autoridades para lograr una convivencia más pacífica. La colaboración, el respeto mutuo y la confianza son factores determinantes para enfrentar los retos de inseguridad que aquejan al país.
Por supuesto que sobran los casos de esta mala relación. Las redes sociales están llenas de abusos por parte de las autoridades, pero también de ejemplos en los que ciudadanos se burlan de las autoridades, las cuales ante esta coyuntura permiten faltas administrativas y delitos menores que deberían recibir una sanción.
La seguridad no es tarea exclusiva de las instituciones, ni la convivencia responsabilidad únicamente de los ciudadanos: ambos deben caminar juntos. Ser buenos ciudadanos implica confiar y colaborar con las autoridades, mientras que estas deben actuar con transparencia y respeto.
Los ejemplos recientes muestran que la corrupción, el abuso y la falta de respuesta dañan profundamente la relación con la ciudadanía. Sin embargo, también existen iniciativas de proximidad y colaboración que han demostrado resultados positivos.
Mucho se ha discutido que bastantes de las situaciones que nos aquejan son resultado de haber retirado la materia de civismo en las escuelas de educación básica y media. Por cuestiones de trabajo tuve la fortuna de vivir en un país europeo y a algunos de los maestros de mis hijos que cursaban los niveles educativos que mencioné les preguntaba por qué no se consideraba el civismo en sus currículas. La respuesta fue contundente: “no lo necesitamos. Si existe algún letrero con indicaciones se respeta y si algún guardián del orden requiere alguna acción, se cumple”.
Hay un reciente caso que podría ser emblemático de lo que se describe. Un joven se negó a la revisión de su motocicleta. Esta negativa derivó en una situación en la que el joven no debió golpear al policía, ni este debió disparar su arma con consecuencias funestas. Entrando al terreno del “hubiera” no se habría perdido una vida si se hubiesen respetado las indicaciones de la autoridad y si la autoridad hubiese aplicado correctamente el uso de la fuerza.
No es la intención de esta columna justificar o dar la razón al ciudadano o a la autoridad. Hagamos lo que nos corresponde. Seamos buenos ciudadanos.