En los ochenta y viviendo en una ciudad tan pudorosa como Pachuca, pronunciarte como rockero traía consigo todo tipo de prejuicios. Pero aún entre la cofradía que seguían al género lo que privaba era el rock anglosajón; escuchar rock en español, y más todavía, rock mexicano parecía un despropósito, un desplante alucinado.
Elegir artistas y discos nacionales era visto con extrañeza y hasta con cierta ironía. Pero todo se volvía más radical cuando se trataba de heavy metal. Hoy día la memoria me lleva a considerar una revelación el momento de descubrir Metal caído del cielo, el Ep de 1985 con el que el grupo Luzbel debutaba. Recuerdo perfectamente lo que me impactó la portada (con un grabado de Doré), pero por encima de todo, la gran capacidad vocal de su cantante: Arturo Huizar. El complemento eran letras con referencias religiosas y un juego hacía lo demoniaco -tal como lo pedía el género-.
Huizar (1957) poseía una fuerte personalidad que el maquillaje acentuaba. Aquel Ep, apoyado por el proyecto COMROCK, se convirtió en una pieza de culto instantáneo. "El Ángel de la Lujuria", "El Loco", "Esta Noche es Nuestra" y "La Gran Ciudad" no tienen desperdicio. Apenas un año después editaron Pasaporte al infierno y se afirmaron como el mejor grupo de metal nacional.
Después Huizar se peleó con Raúl Greñas -guitarrista y fundador de la banda-. Polémicas fueron y vinieron. Se dio un breve reencuentro, pero a la postre derivó en un largo problema legal por el nombre.
Me alejé del metal mexicano con el tiempo; apenas lo seguí a la distancia, pero siempre admiré ese torrente poderoso de voz y la capacidad para llegar a agudos sorprendentes. Murió ayer, lo echaremos de menos.