Saca una cuenta en esta plataforma, es una especie de “microblog”, me dijo Sergio Pérez Conde, genio, gran amigo y compañero de aula en la Universidad de Navarra donde estudiábamos.
En aquella época tener un blog era la tendencia. No hice caso a Sergio y dejé pasar la oportunidad de apuntarme en Twitter cuando era un prototipo de aplicación que Pérez Conde y el resto analizamos, casi en secreto, como parte de una materia que se llamaba nuevos medios impartida por el maestro Sánchez Tabernero, un fenómeno de la comunicación.
Dos años después terminamos la maestría en Pamplona y Twitter se había convertido, junto a Facebook, en el canal de mayor crecimiento en la era digital. La embestida de las redes sociales en todos los ámbitos de nuestras vidas incluyendo el deportivo, fue tan imprevista, acelerada y feroz, que apenas recordamos cómo era el deporte sin ellas.
Puedo decir en primera persona que antes de las redes había grandes valles de silencio en los que habitábamos periodistas, equipos, deportistas y aficionados esperando el amanecer para descubrir qué había sucedido a nuestro alrededor durante los periodos de oscuridad informativa.
Twitter en particular, quizá fue la herramienta que impactó de manera más profunda el ejercicio del periodismo desde la invención de la imprenta, el lanzamiento de los satélites y la apertura del internet.
El efecto multiplicador que tuvo sobre la comunicación en diferentes vías, llenó aquellos valles silenciosos entre programas, publicaciones y eventos deportivos, con una serie de voces y protagonistas que ahora gozaban de un espacio propio e independiente.
Antes de las redes, era imposible escuchar a un equipo, un aficionado y un deportista sin un medio tradicional como intermediario. Años después, aún es difícil determinar si el periodismo era mejor sin redes que con ellas, y si el deporte era un espacio más pacífico que ahora.