Política

De las intolerancias

  • De paso
  • De las intolerancias
  • José Luis Reyna

La frágil democracia mexicana no ha desterrado las intolerancias; por el contrario, se nutre de ellas. El discurso político se maneja con reduccionismos: “o estás conmigo o estás contra mí”. Los diálogos políticos, en consecuencia, se basan más en la descalificación que en el argumento; desacreditar más que razonar. La negociación, por tanto, suele ser difícil; conduce a la confrontación, la antesala inmediata del conflicto. Solo uno puede tener la razón, los demás son ignorantes, mentirosos o dolosos. Las intolerancias son uno de los obstáculos para tener una democracia menos frágil, pues lo que excluyen es la racionalidad. Nuestra cultura democrática no está preparada para aceptar la crítica; ésta suele definirse como agravio.

Hace 40 años, el 1 de abril de 1977, Jesús Reyes Heroles pronunció un célebre discurso en Chilpancingo, Guerrero. Fue, en muchos sentidos, el inicio de una profunda reforma política. Entre otras cosas afirmó: “La libertad de pensamiento obviamente da lugar a distintos modos de pensar, todos con derecho a la existencia y a su manifestación y expresión. Rechazamos actitudes que, a título de un modo de pensar, condenan otros e invocan el derecho de la intolerancia. Cuando no se tolera se incita a no ser tolerado y se abona al campo de la fratricida intolerancia absoluta, de todos contra todos. La intolerancia sería el camino seguro para volver al México bronco y violento”.

Cuarenta años han pasado desde ese discurso. Este lapso atestigua un precario aprendizaje de esas palabras. El discurso, hoy en día, se ha disfrazado entre otras cosas entre un supuesto y siniestro populismo contra un deseable y prometedor liberalismo; falsa disyuntiva. El populismo, sí, es aberrante como lo demuestra el caso venezolano. Pero el concepto, multifacético, se ha estigmatizado y quien lo argumente es objeto de la ignominia pública. Un ejemplo que ilustra lo anterior fue una advertencia del secretario de Gobernación en la que afirma: “quién ataca las instituciones no saben para qué sirven” (MILENIO Diario, 24/III/17).

Podría afirmarse también que quienes atacan a las instituciones lo hacen porque saben para que no sirven. La Revolución francesa (1789) abolió definitivamente a dos instituciones que se creyeron eternas: el feudalismo y el absolutismo. La Revolución mexicana, más modesta que aquella, echó abajo la institución de la reelección presidencial. Y cuando hubo un personaje que quiso revivirla, murió en el intento (Obregón, 1928).

El espacio político mexicano se está reduciendo. No se aceptan las críticas ni las opiniones discrepantes. De alguna manera ese cierre convoca a la disputa y al conflicto. Ocurre en uno y otro de otro lado del espectro político. Nadie es tolerante. La libertad de pensamiento y el pluralismo institucional están ausentes. En México falta ese sólido entramado institucional que permita la expresión de las distintas formas de pensar. Hay que suavizar las intolerancias. No como acto voluntarista, sino como ejercicio de la razón. De lo contrario se está construyendo la condición necesaria para que emerja, de nuevo, el “México bronco”.

jreyna@colmex.mx

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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