En el silencioso jardín del monasterio, sentado en el pasto, a la sombra de un encino, el cartujo lee En defensa de la democracia (Cal y arena, 2019), reunión de textos publicados entre 2014 y 2019 por José Woldenberg. Es una reflexión sobre desfalcos, logros y cambios de nuestro reciente régimen democrático, por demás oportuna en el momento actual.
Woldenberg recuerda el accidentado camino de la democracia mexicana desde la presidencia de Miguel de la Madrid, cuando el PRI acaparaba prácticamente todo el poder. Muchas cosas han cambiado desde entonces —dice—, y en materia política ese país ya no existe: “Pero debe y puede ser un referente que permita evaluar lo que ha sucedido en (cuatro) décadas”.
Por la tarde, al terminar la lectura, el cofrade llama al también autor de Memoria de la izquierda para platicar de su nuevo libro, del presente y futuro de la democracia mexicana. Cuando le pregunta por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, responde: “Tenemos un gobierno legal y legítimo, que ganó en buena lid y con una mayoría de votos considerable, de tal manera que es nuestro gobierno, el de todos”. La primera parte de la respuesta es irrebatible, la segunda genera inquietud: “Ahora, espero que el gobierno tenga un compromiso fuerte con la Constitución y con la ley, que entienda que México es una República democrática, que aspira a seguirlo siendo y que no hay que vulnerar a los sujetos e instituciones que hacen posible a la democracia: el Congreso, los partidos, las instituciones republicanas, las organizaciones de la sociedad civil, esa es mi preocupación fundamental: que lo que tanto trabajo costó a diferentes generaciones de mexicanos: destruir un régimen autoritario para construir una naciente democracia, no se vaya a erosionar, no se vaya a reblandecer y no empecemos a vivir fenómenos de autoritarismo”.
La desmemoria contribuye al descrédito de la democracia mexicana, se suelen negar sus avances y enfatizar sus defectos. Woldenberg señala: “Qué bueno que México construyó un sistema plural de partidos, que tenemos elecciones competidas, fenómenos de alternancia, congresos plurales, una Corte que cada vez gravita más en asuntos políticos a través de las controversias constitucionales y acciones de inconstitucionalidad, que grupos de la sociedad se organicen, pongan sus agendas a la luz pública y traten de avanzar sus causas, que los márgenes de libertad de la prensa se hayan ampliado, que hoy podamos ejercer libertades que hace cuarenta años no había; sin embargo, creo que todo esto no se valora, por lo siguiente: porque el proceso democratizador estuvo acompañado de una enorme corrupción de la vida política; en los años de este proceso se desata una enorme espiral de violencia y de inseguridad, la economía no crece con suficiencia y no ofrece un horizonte promisorio a muchos jóvenes; entonces, en este ambiente de desencanto, de hartazgo, de preocupación, lo que yo temo es que tiremos al niño con el agua sucia, que tiremos esta germinal democracia junto con la corrupción, con la violencia, con la falta de crecimiento… Para decirlo de otra manera: en esa etapa, de la que hay mucho que corregir, reformar y cambiar, se construyó algo bueno: una fórmula para que la diversidad política de nuestro país pueda convivir y competir de manera institucional y pacífica”.
El libro se divide en tres capítulos y se complementa con tres reseñas de textos sobre democracia. El tercer capítulo cierra con un conjunto de “notas que apuntan hacia una zona de preocupaciones sobre la salud, fortalezas, debilidades y eventuales futuros de nuestra incipiente democracia”.
Entre estas preocupaciones —dice Woldenberg— están las descalificaciones del Presidente a instituciones, órganos autónomos y organizaciones de la sociedad civil. “¿Por qué?, porque sin esos órganos autónomos que se han construido, por ejemplo, para hacer elecciones y defender los derechos humanos; sin esas organizaciones de la sociedad civil que lograron, entre otras cosas, la despenalización del aborto en la Ciudad de México —impensable sin lo que hicieron las feministas— o la ley de acceso a la información pública —impensable sin la participación de académicos y periodistas— no hubiéramos logrado avanzar en terrenos democráticos. Cuando el Presidente de la República, ante una resolución de la Corte que no le gusta, la descalifica, es para preocuparse, porque hasta donde yo entiendo la nuestra es una Constitución en la que está consagrada la división de poderes; cuando descalifica a los órganos autónomos, no se está dando cuenta de que el Ejecutivo es un poder constitucional, pero no el poder, y que obligadamente tiene que coexistir con otros poderes constitucionales; cuando la prensa publica algunos reportajes que a él no le gustan y los descalifica y adjetiva, creo que muestra, por decir lo menos, incomprensión de cuál es el papel de la prensa en una sociedad democrática, y claro que todas esas expresiones preocupan”.
Dice también que “las sociedades modernas contienen en su seno una diversidad de puntos de vista, de ideologías, incluso de sensibilidades, que no caben ni quieren caber en una sola organización, en un solo partido, y no pueden ser representadas por una sola voz”.
El de Woldenberg es, sin duda, un libro necesario en estos tiempos de zozobra.
Queridos cinco lectores, con tristeza por las ausencias de Francisco Toledo y Elisa García Barragán, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.