Fidel Castro entró triunfante a La Habana el 8 de enero de 1959. Ante una multitud enfervorecida habló de la derrota de la tiranía y de las dificultades futuras. “Queda mucho por hacer todavía”, dijo, agregando enseguida: “Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario. Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo”. Tenía razón, pero pocos lo advirtieron. El exceso de optimismo trascendió las fronteras cubanas y de todas partes llegó gente deseosa de participar en la construcción de una sociedad más justa, igualitaria y libre.
Uno de aquellos entusiastas fue José de la Colina, el extraordinario escritor de Libertades imaginarias. Viajó a Cuba a finales de 1962 y observó a Fidel pasear por la calle “sin cerco de guardaespaldas”, deteniéndose para convivir con sus paisanos.
En una carta a su esposa María García, fechada en La Habana el 3 de abril de 1963, le dice: “Quiero que sepas que tú eres lo primero de todo, mujercita mía, que los dos momentos más importantes de mi vida son, en este orden, la noche en que nos conocimos y mi primer contacto con esta Cuba revolucionaria”. No tardarían en decaer sus ilusiones ante la sombra del autoritarismo y el ascenso de una burocracia gris y ensoberbecida.
Fidel duró 49 años en el poder. Renunció el 24 de febrero de 2008, dejando como sucesor a su hermano Raúl, quien a su vez encontró su heredero en Miguel Díaz-Canel, presidente de Cuba desde el 19 de abril de 2018, “un hombre sin fuerzas ni capacidad ni interés para enfrentar a su pueblo levantado en las calles o trancado y amordazado como fieras dentro de sus casas y o en las redes sociales”, de acuerdo con la escritora Wendy Guerra.
Ese “hombre sin fuerzas” ha recurrido a todo el aparato del Estado para reprimir a quienes protestan por las precarias condiciones de vida y la falta de democracia en una nación vista por López Obrador “como la nueva Numancia por su ejemplo de resistencia”. Ese es su admirado espejo; ojalá nunca refleje nuestra realidad.
Queridos cinco lectores, El Santo Oficio los colma de bendiciones. El Señor esté con ustedes. Amén.
José Luis Martínez S.