
El título del último libro del periodista Hernán Gómez parecería ser uno más de la extensa producción y publicación de textos en contra del gobierno de Andrés Manuel López Obrador: Traición en Palacio, el negocio de la justicia de la 4T (Grijalbo). Me parece que es lo contrario. Se trata de una investigación sobre las andanzas de Julio Scherer Ibarra como consejero jurídico de la presidencia en la primera mitad de este sexenio, cargo que abandonó tras graves denuncias de corrupción.
El texto de Hernán Gómez muestra la forma en que tales prácticas tuvieron lugar, documentando siete casos en particular: los juicios relacionados con Juan Collado, Alonso Ancira y Altos Hornos, Miguel Alemán e Interjet, Banco Santander y la herencia de Garza Sada, Oro Negro, la cooperativa y el equipo de Cruz Azul, peaje de Viaducto Bicentenario.
El examen de estos casos arroja un modus operandi orquestado una y otra vez desde la consejería jurídica del presidente. Abogados de uno de los cuatro despachos en los que operan los presuntos socios o parientes de Scherer, se acercaban al millonario en problemas para ofrecerle una salida jurídica política que solo podría orquestarse desde arriba. Pero resolverlo implicaba la contratación del despacho en cuestión a cambio de una factura elevadísima que se justificaría porque no se estaba vendiendo una asesoría jurídica sino una sentencia favorable. Hernán cita la propuesta por escrito, y en su poder, que se hizo a Miguel Alemán para sacarlo de sus problemas a cambio de 40 millones de dólares. La consultora MacKenzie había calculado que con 50 millones el empresario podría haber resuelto sus aprietos fiscales y mercantiles.
Coyotes han existido siempre, afirma el autor del libro, pero en el desempeño de Scherer advierte una voracidad inusual tanto en términos cuantitativos como cualitativos. En varios de los casos aquí analizados, argumenta el texto, se intentó un despojo accionario, una operación para quedarse con la empresa del acaudalado en problemas. Se le informaba que por razones políticas o mercantiles la única manera de sacarlo del atolladero en tribunales era desvinculándose de la compañía en litigio. Para ello un presunto socio de Scherer le hacía una oferta equivalente a la mitad o menos del valor real de la empresa: fue el caso con Collado, Ancira, Alemán y otros. Las presiones y la amenaza de cárcel constituían el resto de la oferta.
La mitad del texto está dedicada a pormenorizar estos casos; la otra mitad a explicar las razones del encumbramiento de Julio Scherer y el peso que llegó a adquirir para atreverse a incurrir en estas prácticas. El abogado se convirtió en un vértice para la coincidencia de intereses entre empresarios, poder político y espacios jurídicos. Comenzó mucho antes de la 4T, gracias en parte al uso del nombre familiar y en parte a su acercamiento a poderosos políticos priistas: Javier García Paniagua, Pedro Aspe y Francisco Labastida, entre otros. Pero por la relación de López Obrador con su padre, Scherer tuvo el acierto de acercarse, en paralelo, a la causa obradorista y hacerse útil. Las razones para apoyar al movimiento pueden atribuirse al olfato político o a un genuino interés de favorecer a una cruzada cercana al corazón de Don Julio Scherer. Pero lo cierto es que Andrés Manuel López Obrador encontró, en quien llegaría a describir como “mi hermano”, a un cuadro que resolvería una y otra vez los litigios políticos sembrados por sus rivales.
Scherer terminó ocupándose de muchos de los temas en los que López Obrador prefería no involucrarse directamente: vericuetos jurídicos y financiamientos. El abogado no solo fue un apoyo económico incondicional a lo largo de los años de construcción de Morena, también fue un conducto clave, según la investigación de Hernán, para el delicado tema del financiamiento de las campañas electorales. Tras las experiencias anteriores, López Obrador habría llegado a la conclusión de que el sistema solo podía ser derrotado con sus propias artimañas. Por ejemplo, presupuestos de campaña por encima de los ridículos límites que establecen las normas electorales (ahora mismo sería ingenuo creer que el pago de los espectaculares que inundan nuestras calles sale de los ahorros de los aspirantes). De allí la necesidad de personeros que se ocupen de vincular a los hombres del dinero con las causas políticas; y se entiende que en la mayoría de los casos no se trata de donaciones orilladas por la empatía ideológica sino por la perspectiva de intereses futuros. Convencer sin prometer demasiado y, eventualmente, responder a esos compromisos es un arte en el que, al parecer, Scherer se habría graduado.
Al arrancar el sexenio la confianza del presidente y su desinterés en todas estas zonas oscuras le dieron al consejero jurídico un poder inmenso. Otras circunstancias lo favorecieron. AMLO optó por Olga Sánchez Cordero como secretaria de Gobernación, con tareas de representación formal, pero al no pertenecer al círculo más cercano, los temas delicados con otros poderes fácticos le fueron otorgadas al consejero. Muy pronto Scherer estaba operando como un gestor del mandatario e impulsando agendas e intereses personales. Gracias a estos márgenes el abogado extendió sus contactos a lo largo de la estructura judicial y la administración pública. Entre otras cosas, consiguió modificar las normas para que su oficina designara a los responsables jurídicos de cada secretaría, lo cual le dio una injerencia sobre todos los procedimientos legales del gobierno por encima, incluso, de los propios secretarios.
Finalmente, los excesos lo alcanzaron. Según la documentación mostrada, en tres ocasiones su oficina habría modificado acuerdos presidenciales, cambiando cláusulas en contraposición con la voluntad de López Obrador. La empresa de consultoría política de su primo y probable socio, Hugo Scherer, favoreció a opositores en elecciones regionales. Otros miembros del gabinete hicieron señalamientos sobre los negocios abusivos del consejero. Con pesar, López Obrador debió anunciar la partida de su colaborador.
Lejos de ser un texto contrario a la 4T, me parece que el trabajo de Hernán Gómez favorece la necesaria autocrítica que todo movimiento debe ejercer para intentar corregirse sobre la marcha. Ningún movimiento es perfecto, pero no puede renunciar a ser perfectible. Se ha asumido, incorrectamente, que reconocer errores equivale a darle “municiones al enemigo”; es todo lo contrario. Ignorarlos, y no hacer nada al respecto, es lo que da municiones al enemigo. El caso de Scherer ofrece una lección que Morena tendría que asumir para no reincidir.
Lo de Scherer es lastimoso y no exento de misterios. Por ejemplo, el hecho de que a diferencia de cualquier otra “mácula” de la 4T, por mínima que sea y esta no lo es, los medios opositores suelen convertirla en un festín de ataques. Ahora no ha sido el caso. Curioso, por decir lo menos.