Cultura

Túnel sin luz

En el país donde se secan los coches con una jerga mojada y se arreglan las computadoras con un alambrito, toda narración de hechos parece caer en un instantáneo rasero de escepticismo. El video de un penal en un partido de futbol o el video del penal de donde se ha vuelto a fugar un siniestro criminal despiertan interpretaciones inmediatas que rebasan incluso lo que muestran los videos: más allá de lo que se ve, se empieza a filtrar lo que se imagina. Como quien se queda atónito ante la boca de un túnel sin luz.

El reo prófugo que va rompiendo los focos que le iluminan el túnel va borrando huellas y en poquísimos minutos se esfuma como fantasma. Joaquín Guzmán Loera, llamado El Chapo por su corta estatura, lleva toda la vida escapándose por túneles que él mismo perfeccionó para el trasiego internacional de drogas por debajo de la frontera entre México y Estados Unidos, y el espanto de ese asombro provoca que muchos incautos lo celebren y admiren, le canten corridos y se filtre por goteo una suerte de indulgencia que no necesariamente perdona, pero obvia lo obvio: se trata de un criminal, sicario al frente de un ejército de sicarios, self-made analfabeta funcional, responsable directo de miles de asesinatos, corresponsable de otras tantas matanzas, pero que a diferencia de otros asesinos o delincuentes de su calaña no acostumbra instagramear selfies en yates o fardar ametralladoras chapadas en oro porque, según se desprende de los muchos cronistas que han intentado retratarlo, lo suyo son las sombras y los túneles hasta en la bañera de su casa y, por lo visto, la regadera de su celda (que inexplicablemente era mentada como “zona de regaderas”), túneles kilométricos de Calexico a California, de su casa a siete casas en Culiacán, túneles verbales y monetarios para extorsionar, sobornar o intimidar a cualquiera que se deje… y telones a plena luz del día para escabullirse en el paisaje, rampante por la Sierra de Sinaloa donde todo mundo habla de su jefecita como si la conocieran en persona.

Como el minero que conoce perfectamente la nervadura de los tiros, los corazones de sus minas, al Chapo se le iluminan los túneles para el sendero de su impunidad y quizá él mismo va rompiendo los focos no solo para que nadie le pise los talones en su huida constante, sino para fermentar la escenografía de las interpretaciones sin fin, las conspiraciones instantáneas, las culpas inventadas y todas las teorías posibles. Más allá de los hechos, nos hemos enviciado con el cultivo de conjeturas: eso que tan bien florece en las sombras, con la comodidad de los chismes.

En vez de intentar la novela que se antoja, me pregunto cuánto tendría que adelgazar para caber en el túnel que cavarían mis afectos incondicionales si pudiera huir de mi escritorio o que la vela que siempre tengo a mano se apagaría con el vuelo en motocicleta sobre rieles. Confirmo que el satélite gratuito de Google Earth me permite ubicar milimétricamente dónde está Ella, aunque no sepa a ciencia cierta en dónde quedé yo, y asumo que hay puntos ciegos en la imaginaria vigilancia continua que intento suponerle a los demás. Son días para volver a delimitar —como todos los días— la delgada línea entre lo que se ve y lo imaginario, entre la posibilidad de lo inverosímil y la confirmación de lo inverificable, entre los hechos y su narración o la idea y su interpretación.

En cuanto se verifica la pregunta ¿Cómo le hizo?, se mezcla con rabia de hartazgo —no exento de corajes, impotencia y aburrimiento— la ya clásica ¿Cómo le hago?, y repta como enredadera toda la imaginería, palabrería y literatura de sobremesa precisamente porque no hay luz en el túnel y, por ende, no se le ve el final. En un vuelo a París, en medio de las nubes o en cuclillas ante un hoyo en medio de la nada, ante la pantalla del televisor que intenta informar o la pantalla de un párrafo que intenta opinar, no más que un negro túnel como madrugada sin sueños. En el hoyo el Ministro que no sabe hablar en público o evita explicación sobre un viaje injustificado de ida y vuelta a ninguna parte, la improvisación de responsabilidades, la invención de culpas; en el hoyo del alma de México el ingenio instantáneo de los chistes ahora memes, tan cercanos a los chismes y mentiras… mientras el protagonista principal del cuento salió ya del túnel para quizá seguir cavando otros, nuevos hoyos de un queso que saboreamos todos.

jorgefe62@gmail.com

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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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