Cultura

'Place de la Concorde'

Porque es una ciudad que se camina al leerla, por la literatura entera de Marcel Proust y la casa de letras de Victor Hugo, por ese pan que llaman croissant y el recuerdo lejano de todos sus vinos, por medio centenar de quesos y la rara delicia del más apestoso de ellos, por las playas con piedras y la pegajosa tonadita de una cursi canción en acordeón, por las escenas en blanco y negro de François Truffaut y todas las librerías que parece que nunca cierran. Porque Patrick Modiano no te permite perderte en el barrio y la lluvia sobre calles estrechas, por la recién casada que se pinchó la yema de un dedo en un cuento de García Márquez, porque Carlos Fuentes fue embajador de México allí y porque allí también vivieron y escribieron Octavio Paz y Alfonso Reyes. Por el lado izquierdo y Mutis en una iglesia ortodoxa griega, y los cafés que alinean las sillas para mirar pasar el espectáculo del mundo por las calles, y por la torre de hierro de Eiffel, referente de todas las selfies, por absolutamente todos los menús y los postres, por los árboles alineados y los jardines en medio de la ciudad, por el río que pasa por debajo de todos los puentes donde el más viejo es el nuevo, por las vocales que se pronuncian frunciendo los labios como en besos y por la boina caduca que llevaba un viejo que me sonrió un día. Por el fantasma de Jorge Ibargüengoitia en la Rue Saint Didier y los cuadros que pintó Joy Laville en alguno de sus amaneceres, por la voz de Èdith Piaf y los pasajeros de un tren desvelado que conduce Woody Allen, y por el barrio latino y esa iglesia en la punta de un cerro que parece corazón sagrado de la ciudad que se extiende a sus pies, y porque hubo antes quien imaginó quemarla y no lo obedecieron, y porque hubo muchos ciudadanos que lloraron cuando desfilaron por sus elíseos campos las tropas de ese Diablo, y por el recuerdo de un futuro que nos rebasó con un avión supersónico, y por los trenes y los frascos pequeños de mermeladas de todas las frutas, y por el diccionario Larousse y la enciclopedia de Diderot y D'Alembert, y el traje amarillo de Molière y la estatura de Napoleón, y la espada que le dieron a Porfirio Díaz los veteranos derrotados por él en Puebla, y por la rara dignidad con la que se quedan callados sus habitantes o se rompen en carcajadas a medianoche, o por las grandes avenidas y las catacumbas, y los personajes de novela que rondan una iglesia medieval, o todas las pinturas que cuelgan en sus museos y la sonrisa de una dama que no es la italiana del Louvre, y porque Julio Cortázar andaba al azar citándose con la Maga, y por un concierto con la ilógica canción que cantábamos de memoria, por la cara de las gárgolas y el sabor del café que es el mismo pero otro cuando se toma en sus cafés, porque allí dibuja mi amigo Gonzalo y toma sus fotos Pía y cantan sus hijos, y por las estaciones de todos los trenes y los coches en miniatura, y la playa en blanco y negro donde corren los niños y el globo rojo que flotaba encima de todas las miserias y carencias, y el humor desatado de los guiñoles y los títeres y los soldaditos alineados en plomo o desfile, y la sala de baile donde reinventaron el tango o el molino donde se alinean las piernas más hermosas del mundo, y el salón de belleza de François Le Coiffeur que aparece en la página 7 del curso intensivo del idioma que hablaba Beau Geste, y D'Artagnan y los nombres falsos que daba Balzac a sus acreedores para evadir deudas, y los adoquines de la Comuna y de un mayo en el olvido, y las páginas anchas de los periódicos y los bigotes retorcidos y el maquillaje de ojeras con ajenjo, y las flores que flotan como espejismo en óleos o acuarelas, y la niña de trenzas que lleva las calcetas del colegio al tobillo, y la señora que vende flores y la pareja que festejaba el primer año de un hijo en el café de la paix y luego en la Ópera, y las mentiras que narraba un tío que se sabía de memoria las calles y las plazas, y los gendarmes de gorra tiesa y el inspector de gabardina, y el novelista que escribía libros en un escaparate de una tienda, por mi amigo Philippe y sus amigos de siempre y porque duelen todos los muertos del mundo y de todas las geografías, pero por hoy: porque la sinrazón del terror y la locura orquestada por sedientos de sangre espantan pero no asustan, porque el escudo de la ciudad es un barco que no se hunde, por todos los heridos que sobreviven y todos los habitantes, porque tiene una plaza que evoca la Concordia... y porque París es París.


jorgefe62@gmail.com

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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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