Cultura

Mis olvidados

Mis olvidados
Mis olvidados

Se alinean en fila y a veces reclaman su tinta. Se han ido formando en la memoria desde mi infancia y en ciclos indeterminados se gradúan de su amnesia y pasan a la página; son personas que me propongo convertir en personaje en el instante de conocerlas o bien, personajes inventados a partir de gente diversa. Hablo del tamalero muerto que dejó grabada su voz para la posteridad eterna de la Ciudad de México y un mecánico tuerto del pueblo de Vallecas en Madrid que imitaba el maullido de gato cada vez que presumía su cuna comunista. Hablo de un panadero en un pueblo de Jalisco que recitaba de memoria todos los sinónimos de la palabra virote y que coincidía con mi padre en llamarle Istafiate a las partes pudendas.

Por ahí va la fila de una bañista que decidió encuerarse en Ixtapan de la Sal y de mi profesor de química que lloró al descubrir que jugábamos a los dardos con la tabla periódica de los elementos que él mismo había pintado a mano. En un reciente viaje de autobús se me apareció una anciana que decía en voz alta sus vívidos recuerdos de la posguerra incivil con la intención de iluminar la necedad de un jovencito facha que abogaba por el imperio de todos los militares.

Están también los personajes adláteres que parecen olvidados en cuentos y novelas, a la espera de que alguien los tome prestados y ubique limpiamente en otras tramas, bajo otras circunstancias y están las mujeres que pasan al vuelo por las aceras, hipnotizadas en ventanas lejanas o en el recuerdo intacto de una sobremesa. Están las manos de mis abuelas aleteando sin brazos entre nubes y la música callada de mil canciones que se supone que me aprendí a lo largo de más de cinco décadas de silencio. Está el nefando señorito presumido que se libró de un puñetazo y el engreído chofer materialista que dejó con ojo morado a un vendedor de lotería, el frutero del Barrio de las Letras en Madrid y el vendedor de los helados en un bosque cercano a Washington, D.C.

La carita de un gordito entrañable y las manos de museo de una manicurista que tenía cara de mariposa; el traje de tres piezas de un fantasma que se apareció de madrugada de un callejón de Guanajuato y la sombra que observo cada vez que cruzo de noche el mismo sendero del Parque de El Retiro… y la fila de políticos imperdonables y empresarios abusivos, la baba de tantas mentiras y la etimología diversa de palabras sueltas que parecen encarnarse en personajes a la espera de su prosa.

Jorge F. Hernández


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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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