
Mientras viajaba en el tren de Barcelona a Madrid, me puse a desmontar dos versos que encontré en la canción “Aquí no es así”, de los Caifanes.
Saúl Hernández y yo éramos vecinos, en nuestra primera juventud, y coincidíamos, además de en las canciones de los Beatles que él tocaba en su guitarra, en una caterva espontánea, advenediza y feliz, de muchachos en patineta, esa figura urbana que hoy se conoce como skaters.
“Para un alma eterna cada piedra es un altar”, dice uno de los versos que me atrapó y me hizo pensar en ese refrán que es su contraparte bufa: “Quien no conoce a Dios a cualquier barbón se le hinca”.
Una piedra es un altar para quien sabe verla, es un asunto de óptica, de sensibilidad, de almas eternas nos dice Saúl y yo recordé una idea que escribió Roger Callois (Approches de l’imaginaire, 1974): “Si alguien se niega a admitir la influencia de los astros, ello no afecta al mago, quien inmediatamente sospecha que el recalcitrante ha nacido bajo una constelación que le ciega”.
Así tenemos que el recalcitrante ve una piedra donde el mago ve un altar, pues el mago, o el brujo, como le enseñó don Juan Matus a Carlos Castaneda, es el que logra ver más y mejor que los demás. De aquí pasé al otro verso: “Invocando fuerzas que jamás entenderás”. El problema de estas fuerzas que se invocan es el azar que las gobierna; quien invoca a Dios, por ejemplo, está invocando una fuerza que jamás entenderá, por no hablar de fuerzas más inasibles u oscuras, o más mundanas como hace quien invoca la fuerza de su tarjeta Visa, y no entiende por qué se la rechazan.
La invitación, me parece, no es a prescindir de estas fuerzas, sino a evitar invocarlas frívolamente; lo mejor sería verlas, antes de invocarlas, con la atención del mago o del brujo.
“Aquí no es así” va sobre saber ver, pensé, porque de esta forma no ignoras “sagrados ritos”, ni pisoteas “sabios templos de amor espiritual”.
Y luego me quedé pensando en esa caterva feliz de skaters, en el tiempo que ha pasado, en lo que nos hemos convertido y en aquella esplendorosa Ciudad de México, que ya no es así.
Jordi Soler