Un enorme alebrije es retocado por 20 personas. Lo hicieron en un lapso de tres meses. La idea nació en el Centro Artesanal Garibaldi, ubicado en la plaza que tiene ese nombre, donde se reúnen artesanos y artesanas que expenden sus mercancías. Todos ellos le dan forma a la excéntrica figura.
Es el resultado de lo que propuso cada uno de ellos: patas de murciélago, cuerpo de sapo cornudo y espinoso, cola de colibrí, alas de cenzontle, cuernos de venado y ocho lenguas, que es el número de dialectos que hablan en este centro, donde el símbolo es un colibrí, huitzil en náhuatl, que significa espina preciosa.
La escultura fue bautizada con el nombre de Tezcatzonkatl, como una forma de recuperar la historia del espacio, pues hace cinco siglos así le decían al paraje; durante la Revolución, sin embargo, lo cambiarían por Plaza de Garibaldi, en honor a un italiano que participó en el movimiento armado.
Esta zona, que fue un barrio alfarero, “guarda la memoria de la construcción comunitaria, que es hacer algo con las manos”, comenta el artista plástico Daniel Hernández Ortiz, quien hizo la armazón metálica del alebrije, que forma parte del contingente que desfilará por las principales calles de Ciudad de México, junto a otros, como sucede cada año.

Y del resultado final surgió un alebrije comunitario. “Es decir, se hizo una dinámica con los compañeros del Centro Artesanal y Cultural Indígena, ya que lo diseñamos entre todos”, precisa el artista, quien tuvo una participación central, luego de que cada colaborador hiciera un diseño y, entonces, a partir de pequeñas piezas saliera una sola.
El resultado fue que, a partir de la imaginación de cada quien, se creó un animal mítico, después de un proceso escultórico en el que participaron alrededor de 40 manos en diferentes momentos, la mayoría de mujeres.
Y mientras los demás participantes moldeaban su parte, la maestra Angélica Sánchez se daba la tarea de preparar el engrudo en la cocina de una fonda situada en la terraza del centro artesanal.
Es una obra escultórica a partir de un boceto en plano que convierten en tridimensional. “Vamos a transportarlo a la tercera dimensión”, explica Hernández. “Ese es el ejercicio básico en la cuestión artística”.

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Los diferentes artesanos son conocidos gracias a la orientación que proporciona Jesús Navarro Reyes —encargado de ambos centros artesanales—, quien se esmera en presentar a cada uno de ellos para que expliquen al reportero el oficio al que se dedican.
Y baja y sube escaleras.
“Mira, esta muchacha confecciona blusas; acá hacen dulces; vamos a la planta baja, para que veas lo que hacen los triquis; y aquí está una muchacha, de la Sierra de Guerrero, hace forros para botellas”, detalla Navarro Reyes, mientras presenta a vendedoras y vendedores que hacen todo de manera artesanal, como las conservas en botellas de vidrio que vende la señora y sus dos hijos.
Emprendedores todos, la mayoría acompañados de hijos, madres o abuelas, tienen sus puestos donde exhiben todo lo que hacen, como es el caso de Lupita la terapeuta y su vecina, que ofrece pequeños cubos tostados de amaranto con miel y cacahuate, pepitas de calabaza y trozos de nueces.
El funcionario depende de la Secretaría de Gobierno y está bajo las órdenes de Georgina Pulido García y Dulce Rioseco Hernández, quien supervisa los trabajos que se hacen en el centro artesanal, mismo que está frente al quiosco que trabajadores edifican a marchas forzadas en la Plaza de Garibaldi, como parte del de la remodelación de ese tradicional espacio.

Navarro Reyes es el principal promotor de este mercado público, en cuya planta baja hay artesanos de 8 etnias que habitan en Ciudad de México, mientras que en el resto del edificio están diversos artesanos y comerciantes que se dedican a la manufactura de productos, como ropa, dulces y cartonería.
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Por lo pronto lo que ahora importa es la elaboración del monumental alebrije —ya se aproxima el desfile—, bajo la batuta del maestro Daniel Hernández Ortiz, quien insiste en que se trata de un trabajo colectivo, algo que es evidente, ya que en diferentes momentos las personas colocan su pedazo de cartón o pintar las alas, y así, cada una de las partes de este alargado animal mítico que surge de la imaginación de todos.
Y aunque el alebrije, en sí, tiene su origen en Ciudad de México, con la autoría de la familia Linares, para el maestro Hernández en diferentes idiomas originarios se le puede llamar “un ángel de la guarda”.

Por ejemplo, comenta, “nuestros hermanos los amuzgos de Guerrero, todavía tienen la costumbre de construir una mezcla de tres animales para que sea su ángel protector o ángel de la guarda”. En cambio, “nuestros hermanos zapotecos, de alguna región de Oaxaca, lo construyen a partir del palo de colorín, también de otras maderas, que se talla, se policroma”.
Hernández se preocupa por darle su lugar a cada quien, y aunque aquí no caben todos los nombres, destaca que este alebrije tiene ocho lenguas debido a la propuesta de la maestra Angélica Sánchez.
Y es que son ocho los idiomas, lenguas o dialectos que están representados en este centro de artesanía. “Y es una forma de homenajearlos, integrarlos”, agrega el escultor, egresado de la ENAP.

La maestra Sánchez, quien tiene un proyecto de encuadernación y cartonería, fue una de las principales colaboradoras en la parte estructural.
“Yo aporté la parte de atrás, que son patas de murciélago, pero creo que lo que más importa fue incluir a toda la comunidad de los pueblos originarios, poniendo una lengua por cada una de ellos”, comenta Angélica Sánchez, una de las participantes más activas.
“Entonces, va a llevar un pequeño banderín en la punta, con el nombre de la comunidad del pueblo originario, y algún gráfico representativo”, explica, mientras carga entre sus brazos la figura diseñada por ella y habla de las hebras amarillas que salen del hocico de eso que aparenta un batracio gigante o un colorido dinosaurio con alas de colibrí.