La maravillosa neurociencia, esa que estudia la estructura, la función y el desarrollo del sistema nervioso (central y periférico) formado por células (neuronas y gliales) que coordinan las acciones del reino animal a través de señales químicas y eléctricas dentro del organismo.
La ciencia que indaga el cerebro, el mismo que el filósofo Henry More (1614-1687) describía como: “Esa desestructurada, gelatinosa e inútil sustancia.” Así nos refiere el escritor científico Eduardo Punset Casals.
Diremos entonces que no obstante los trabajos de varios eruditos (desde la afirmación de More) Galvani, Broca, Wernicke, Goldi, el español Santiago Ramón y Cajal (Nobel 1906) que diera la teoría neuronal y separara las neuronas de las gliales, entre otros. El cerebro humano fue poco entendido, hasta que surgieron los hallazgos de las funciones especializadas de los hemisferios: Izquierdo (racional, lógico, analítico) Derecho (emotivo, espacial, artístico) del neurocientífico estadounidense, Roger Wolcot Sperry (1913-1994) que le hicieron ganar el Premio Nobel en 1981. Abriéndose así, múltiples exploraciones, posibilidades, alcances y repercusiones para nuestro misterioso cerebro.
Con este antecedente analicemos el cuento, El Aleph, del fenomenal escritor argentino Jorge Luis Borges, publicado en 1949. Obra de las más distintivas del autor.
Primero definamos Cuento, narración de contenido breve pero contundente en sus palabras y sus acciones porque no puede extenderse como la novela. Casi siempre termina con algo inesperado. La mejor definición la hizo el escritor Julio Cortázar: “Si ponemos a la novela y el cuento en una pelea de box, diríamos que la novela gana por puntos, mientras que el cuento gana por knock-out”
El Aleph está enmarcado en el género de ficción (del latín, fictus, fingido, inventado) estaríamos hablando de un mundo supuesto, inexistente, pero con tonos realistas.
El texto inicia con las visitas que el personaje principal hace a la casa de su amada muerta, Beatriz Viterbo, para admirarla en sus diferentes retratos (ya entrada la historia nos enteramos que es el mismo Borges), allí vive un primo de ella que lo recibe, Carlos Argentino Daneri. Muy antipático por su erudición vacía y estridente, se nos dice. Después de varios años de visitas, siempre el treinta de abril, cumpleaños de Beatriz. Carlos le confiesa (ante la preocupación que demolerán la casa donde vive) que en el sótano hay un Aleph: “Aclaró que un Aleph es uno de los puntos del espacio que contiene todos los puntos.” “Es mío, es mío yo lo descubrí en la niñez.”
El narrador (Borges) decide conocer el lugar, siempre pensando que Carlos no es más que un loco. Después de una serie de sugerencias del anfitrión para ver El Aleph. En la obscuridad, acostado boca arriba, con cierta acomodación de los ojos: “Vi una pequeña esfera radiante, el diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí.” Se le desplegaron todas las sabidurías del mundo, todos los animales, todos los hombres doctos y sus libros, todos los lugares: “Porque claramente los veía desde todos los puntos del universo.” Después de presenciar El Aleph, salió. Ante la insistencia de Carlos dijo seco: “Formidable. Sí, formidable:” Lo abrazó y no lo volvió a ver.
¿Qué fue lo que ocurrió? Fue una proyección del cerebro que le permitió ver simultáneamente todas las cosas pasadas y presentes en la tierra y el universo.
Eso es lo que se espera del cerebro, que no sólo proyecte lo aprendido o visto en la vida. De acuerdo al “Efecto Flynn”, el cerebro con cada generación aumenta y apoyados en la ingeniería genética, la nano y biotecnología, ya pronto, podremos mover cosas, hablar por telepatía, tener visión nocturna, súper memoria o predecir para salvarnos.
De ahí que debemos sentirnos realmente orgullosos que como generación estemos viviendo el redescubrimiento de nuestro desconocido cerebro y el potencial que tendremos en el futuro.