Uno de los grandes retos de la coyuntura es recuperar los niveles económicos que se tenían antes de que la pandemia de covid-19 provocara la mayor crisis en casi cien años: en los empleos, en el crecimiento, en las inversiones, en el comercio, en todas las actividades se espera que la crisis sea superada y que los “buenos” tiempos vuelvan. Y en América Latina, en donde los niveles de desigualdad, de pobreza y de precariedad son muy elevados, la recuperación no sólo es una necesidad sino una urgencia. No olvidemos que hay más de 200 millones de personas que viven en pobreza en esta región considerada como la más desigual del mundo.
En este sentido, los datos del Banco de México dan cuenta de que en el primer trimestre de este año hubo un crecimiento generalizado de la actividad económica en todas las regiones del país, con lo cual es un hecho que la recuperación ha llegado a los niveles que se tenían en febrero de 2020, antes de los confinamientos por pandemia. Y aunque también hay una desaceleración de la inflación y los precios se están comenzando a regular, todavía faltan varios meses para que la suba de los precios se ubique en el rango esperado de más o menos tres por ciento. Todo esto matizado por una proyección de crecimiento de la economía que apenas supera el dos por ciento para 2023.
Si pensamos en la recuperación pospandemia y vemos que los estragos fueron más profundos en los sectores empobrecidos, hay un mirada engañosa propiciada por los grandes números: es probable que en crecimiento, en generación de empleos, en exportaciones e inversiones haya mejorado la situación pero sabemos que esto no representa un impacto directo ni rápido en los sectores más golpeados. En la América Latina de la desigualdad, las recuperaciones son también desiguales, la distribución de ingresos es desigual y, desde luego, los buenos números de la economía tampoco alcanzan para todos.
La gran cuestión de fondo sigue siendo cómo hacer que las economías tengan un crecimiento mucho más equilibrado y que impacte directamente en la clase media y en los sectores que se encuentran en la pobreza. La derrama ocasional durante los buenos momentos de la economía no ha sido suficiente ni tampoco las políticas sociales han podido minimizar ni mucho menos revertir las carencias profundas de poblaciones empobrecidas. La urgencia pasa por repensar la economía en función de equilibrar el escenario y atender las necesidades sociales de la gente.
Lo que más nivela las economías y favorece el crecimiento es la educación. Cuando se tiene una educación de calidad que llegue a todos los sectores de la población, los resultados pueden verse en el mediano y largo plazo. Invertir en educación es invertir en la gente. Y esta inversión equivale ciertamente a menos pobreza y menos desigualdad. Y en la era de la economía del conocimiento y del mundo digitalizado, la educación es más vital que nunca. El gran salto que hay que dar luego de la pandemia pasa por lo educativo. Lo demás vendrá en consecuencia.