Independientemente de cómo termine este largo y complejo proceso entre Donald Trump y Joe Biden, está claro que el sistema electoral norteamericano está obsoleto. Como ha quedado de manifiesto, en Estados Unidos prácticamente hay 50 elecciones diferentes, una por cada estado, con sus propias leyes, reglamentos y procedimientos, sin control en el plano nacional. Más allá del valor de soberanías estatales que pudiera tener una estructura de ese tipo, la verdad es que al final de cuentas, ante las nuevas realidades demográficas y sociológicas de un país tan diverso y cambiante como el vecino del norte (y como casi cualquier país libre en este mundo), el sistema de colegio electoral está completamente rebasado.
La razón original por la cual se creó el Colegio Electoral en la democracia vigente más antigua del mundo, era por un lado contener el temor al voto popular (en ese entonces la idea de que todos votaran era muy radical y prefirieron poner filtros), y por otro lado darle representación a los estados más pequeños y contrarrestar el voto de los esclavos. Queda claro que esto último no tiene ninguna validez en la actualidad, además de que cada vez hay mayor movilidad y crecimiento en las áreas metropolitanas, por lo que el tema de la representación estatal pierde sentido.
Por otro lado está el orden y la regulación. Para no dar pie a sospechas, y sobre todo para no caer en una situación de caos, como en esta elección, lo mejor es contar con un instituto federal que regule la elección en el plano nacional. Los procesos podrían variar y se podría dar peso a los estados de alguna manera, pero siempre y cuando la autoridad última sea una entidad independiente de los gobiernos de los estados y del gobierno federal, para garantizar más neutralidad y efectividad, así como un padrón confiable.
Apunte spiritualis. Aunque parezca increíble, a Estados Unidos le hace falta un INE. Sí, México podría ser ejemplo a seguir para la gran potencia global, al menos en ese rubro.
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