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Tarantino, al rescate de las referencias

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  • Gustavo Guerrero

La semana pasada comencé a analizar la nueva película de Quentin Tarantino, “Érase una vez en Hollywood”, cuya hechura me hizo recordar que los directores son lectores privilegiados. Rematé la primera parte de este análisis con el argumento de que Tarantino tenía tanto recursos como libertad creadora para filmar sus cintas. 

Ésta, que es su novena película, ha causado tanto admiración como extrañeza. Respecto a lo último pareciera que los espectadores esperaban de Tarantino esa narrativa a la que nos tiene acostumbrados. Y van un poco más allá aquellos a quienes hasta defraudó la cinta: es un poco lenta. 

Durante las primeras dos horas no ocurre casi nada, alegan. ¿Será que se le agotó la fórmula a nuestro creador? Creo que el director está, en estas alturas de su vida, a escribir, dirigir y a editar lo que le dicta su genio creativo, pues ya no tiene nada qué demostrar. 

Es verdad que en esta película no se anuncia inmediatamente la premisa, como sí sucede en otros filmes (la venganza, como en “Dyango” y en “Kill Bill”, por ejemplo). 

Así, Tarantino apuesta por rescatar las referencias de ese Hollywood nostálgico de finales de los años 60, colocando a sus personajes en tránsito por Los Ángeles con jingles radiofónicos como telón de fondo.

De esta manera, el espacio de la ciudad angelina es explorado en contrapunto a las angustias de los personajes principales, que temen a la obsolescencia en medio de un proceso transformador que comenzaba a asomarse, tal como la década de los años 70: liberación intelectual, sexual y espiritual. 

Desde luego que importan la trama y la premisa; eso lo sabemos muy bien los tarantinianos, pero el director se da el impresionante lujo de acondicionar durante bastantes minutos para nuestra mirada un escenario temporal y espacial de dimensiones sobradas. 

Se percibe el impecable diseño de arte que nos hace pensar que Tarantino descubrió una máquina del tiempo y la utilizó para filmar los exteriores de ese Los Ángeles que comenzaba a respirar otros aires que le cambiarían a la postre su rostro para siempre. 

Para Quentin era muy importante hacernos caer en la cuenta de que LA ya no volvería a ser la misma, pero para identificar los cambios había que tener bien presentes antes los rasgos y las marcas de expresión de esa ciudad que colgaría el traje de vaquero (Clint Eastwood seguiría siendo por un rato más un renegado brillante) y se colocaría una vestimenta floreada y vistosa. 

La próxima semana seguiremos con el análisis de esta extraordinaria película.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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