De cara a la catástrofe biológica (el coronavirus) analizada por esta columna (“La pesadilla que puede sobrevenir” / Milenio 27.02.20), y misma que hoy tiene al país casi paralizado con muchas naciones del orbe, la opción estratégica a la que AMLO apostó para hacerle frente, pretendió ser diferente a la de muchos otros países.
En Palacio Nacional –según se va aclarando– optaron por hacer como en Suecia, como en Japón, una “mitigación gradualista en fases” para afrontar un jaque que cambiará a la civilización entera. Una estrategia mexicana que en su implementación mostró yerros de comunicación social para transmitirla a cierta población presa de miedo, alguna vociferante y adversa a AMLO de por sí ya infectada de odio visceral contra el Presidente, y a una parafernalia mediática internacional catastrofista.
Planteada en el gabinete con tecnocracia impecable, la estrategia estuvo a punto de fracasar por el mismo López Obrador, quien en no pocas ocasiones se ha visto que luce como adversario de sí mismo. Así en vez de diseñar un eje comunicacional grave, adusto, a tono con los anuncios en materia de salud pública, AMLO mismo pareció desestimar la gravedad de la contingencia y hasta en ocasiones (por ejemplo cuando el famoso episodio de las estampitas) pareció no tomarse en serio ni a sí mismo, lo que en un personaje de su talla quizá puede ser benéfico, pero para otras circunstancias.
Las redes sociales olieron como sangre la impasibilidad presidencial mientras ardían en fuegos de improperios y denuestos contra AMLO, a quien lograron mellarle la imagen. De no ser por la sobriedad y el rigor técnico-epidemiológico que mostró el Presidente y su gabinete en el anuncio del ingreso de México a la fase 2 de la pandemia, las llamadas a asonada ya no se oían tan lejanas de Palacio, y no faltaron quienes, crecidos, pidieran a gritos la renuncia del mandatario ipso facto.
El desconocimiento en la materia de AMLO y una inexplicable anosmia política que repentinamente lo aquejó, le impidieron hacer valer muchos ases que su jugada sí tenía en la manga (por ejemplo el índice tan bajo de mortandad del coronavirus, lo que en rigor lo hacía como él mismo lo decía: inocuo, poco peligroso. AMLO fue el primero en entrever que las bajas colaterales eran irrisorias a comparación de los costos de parar todo).
Era verdad, pero la histeria mediática que pugnaba por hacer draconianas las respuestas de todos los gobiernos del mundo ya estaba en su apogeo. Así que sobrevino la locura mundial: el aislamiento obligado o semivoluntario, el arraigo domiciliario de millones que dijera el senador Noroña, único que lo vio así; el cierre de fronteras aunque no sirviera de nada, sin que bien a bien ahora sepan cuándo y para qué saldrán de esa condición.
Esta circunstancia –en las antípodas de la dictadura sanitaria implementada por China–, bien voceada, acusando una histeria mundial de locura, quizá inducida desde poderes subterráneos, le hubiera valido un Oscar de estadista. En cambio ganó las portadas de la revista Mother Jones, del diario alemán Tages Aizeiger y de varios otros medios internacionales como un Presidente irresponsable. No lo fue, pero con toda la carga subversiva del planteamiento no supo decir por qué. Desperdició en bandeja de plata una proyección mundial que incluso no solo le hubiera salvado la imagen al interior del país, sino que bien pudo haber hecho la diferencia en otros países para manejar la situación “a la mexicana”.
Por lo pronto, la conducción de México en esta contingencia ya es excepcional desde el punto de vista de la OMS y la OPS. Ambas no han escatimado elogios; pero ni con ellos AMLO pudo esquivar la enorme presión social, la de varios gobernadores, de munícipes y de la propia gobernadora de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, quienes se le adelantaron en lo que debería haber sido un colofón concertado: el arraigo domiciliario de alrededor de 130 millones de mexicanos. Una medida que sin duda deberá revertir pronto.
Mientras más tiempo tarde se le diluirá el país entre las manos por las mismas razones por las que trató de no seguir el mal ejemplo de otros países. Finalmente le salió una especie de híbrido, pero no puede durar mucho sin ordenar el cese del aislamiento so pena de que el costo de la destrucción concomitante del tejido social y de la planta productiva sea tal que resulte imposible de entretejer de nuevo.
El garlito en la jugada es ganar tiempo que no hay. Ralentizar no solo la pandemia, sino el estallido social a la vuelta de la esquina. Regresar la población a trabajar. Modular el algoritmo infeccioso para que no haga picos explosivos (como en Italia o España) y llevar su avance a ritmos manejables para las instituciones de salud. Por eso se habla de una emergencia que transcurrirá hasta septiembre. Pero si así sucede, el tejido social del país muy probablemente habrá desaparecido. Ahora México es una bomba de tiempo.
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