La corcholatiza comenzó a tambor batiente el domingo en la mañana. Acostumbrada a saltarse las trancas a partir de la preferencia de su mentor, la hoy Jefa de Gobierno con licencia mandó a sus huestes a mostrar ese espontáneo apoyo que le han proferido en mantas y bardas. El montaje fue retirado de manera misteriosa por lo que ella no pudo verlo. En su lugar, Sheinbaum fue recibida por decenas de personas que le gritaban “piso parejo” no solo como reclamo, sino como evidencia de la verdadera razón por la que está arriba en las encuestas -fallidas en la elección del Estado de México a niveles escandalosos-: el deseo del presidente.
El episodio -junto con los efectos ocasionados en la convención y en redes- demostraron a una precandidata con la piel delgada y las ansias a flor de piel, la posición menos adecuada para un personaje débil.
Claudia Sheinbaum tiene la única seguridad de que el presidente la prefiere a ella pero, a la vez, es la mayor debilidad. La ex líder estudiantil preguntaba por los pasillos del Palacio del Ayuntamiento si acaso era ella y, como canción de José José, ¿Y quién puede ser si es que no soy yo?
Ahora, sin el impulso de la labor diaria de la administración, Claudia se enfrentará a un Ebrard que juega en un terreno conocido, mucho más que la Jefa.
Marcelo juega no a ganar, sino a ser el ganador. Se comporta con una prestancia en donde no solo impuso las reglas sino los ritmos. Ebrard sabe que la tiene lejana con Claudia y su padrino, pero huele el miedo que tiene Sheinbaum de perder ante los deseos veleidosos del Pueblo convertido en mandatario.
Esa ventaja del excanciller no la tiene ningún otro suspirante. Adán Augusto sabe que la tiene perdida y que el cambio de paradigma actual en lugar de restarle a Ebrard lo hace con Claudia, por ello su entusiasmo ha decaído; Monreal parece que está conforme con el premio de consolación que le prometieron y los otros dos son fusibles impuestos de la negociación de cúpulas -sin descartar que Fernández Noroña puede ser la sorpresa por el cuarto lugar-.
Y Marcelo la explota al máximo al comportarse como el hijo desobediente que, pese a todo, sonríe como dueño de los juguetes Mi Alegría, donde aprendemos y grillamos.
Esa sonrisa del que más sabe por viejo que por predilecto puede durar hasta septiembre o esfumarse en horas, si es que la cargada comienza a cobijar a Claudia para que el tren no se descarrile.
Si así fuera, Ebrard ganaría de todas formas, pues mostraría las debilidades de la favorita del profesor y los hilos que la oposición podría roer en cualquier momento en la campaña formal.
Eso, si los adversarios entienden su papel y quieren jugar de forma competitiva, situación que parece ya imposible en estos tiempos, donde en el juego de su política parece que competirán por los retazos propios de su grey en lugar de luchar por la presidencia.
Tal vez -solo tal vez- porque ven en la debilidad de hoy su oportunidad en 2027.
Donde el juego será otro ya sin López Obrador en la mañanera.