Pues Frank Underwood no estaba equivocado. De hecho, quien no estaba lejos de la cruenta realidad del estiércol político norteamericano es Bill Kennedy, quien adaptó junto a Beau Willimon la versión inglesa de House of Cards para reflejar los entretelones del congreso norteamericano hasta llegar a las burocráticas oficinas y laberintos de la Casa Blanca.
En los últimos días, henos visto como los partidos políticos mexicanos se desmoronan a partir de las malas decisiones de sus dirigentes -o acertadas para lograr impunidad y poder, según el cristal donde se observe-, pero las intrigas políticas están de peso en el mundo gringo hacia las elecciones.
Joseph Biden nunca fue tan cercano a Barack Obama como se vendió en su momento. De hecho, fue parte de la negociación a la que tuvieron que llegar para bloquear el paso de Hillary Clinton a la candidatura demócrata en 2008 ante un Obama muy popular en las ciudades costeras pero poco identificado con la parte media norteamericana que, aun hoy en día, desconfía de ciertos personajes a partir de su color.
Biden daba esa estabilidad a la campaña de Obama que no le hubiera ayudado a transitar en un momento clave de la vida política y económica de los Estados Unidos. Aun con la enorme pérdida financiera a partir de la quiebra de los financiera hipotecarias y la banca especulativa, el primer presidente afroamericano no tenía todas consigo para llegar al poder. Necesitó del apoyo irrestricto de Hollywood y de ese sector demócrata enquistado desde hace décadas en la maquinaria partidista.
Biden salvó la reelección del 2012 con un debate feroz donde logró patear a Ryan ante una pésima actuación de Obama contra Romney, pero ello no le hizo ganar el momentum que construía Hillary desde aquella derrota del 2008. Así, el entonces vicepresidente se hizo a un lado no solo por el deceso de su hijo, sino por lo que parecía un acuerdo entre las elites demócratas donde, después de un presidente negro, seguiría la primer presidenta de la Unión Americana.
Pero se atravesó Trump y su maquinaria propagandística.
Siendo honestos, el fenomeno trumpista no hubiera podido transitar de no hacer sido por la construcción discursiva de Fox News -con Roger Ailes al frente- donde todos los temores norteamericanos se enfundaban en Obama o en Hillary, dependiendo el público y momento.
Trump logró convertirse en un candidato atractivo para los canales de televisión que, atacados ya por el cambio de audiencias, veían sus ratings caer ante la proliferación de las redes sociales encabezadas por Twitter. CNN, MSNBC y los canales abiertos vieron que Trump lograba atraer público que aun no se interesaba tanto por la polarización de redes y seguían el espectáculo en sus canales.
Gran error: Trump los incentivó a compartir noticias falsas y medias verdades vía Facebook que, manipulado su algoritmo y combinado con una estrategia inteligente de anuncios claves en estados columpio, hicieron imposible levantar a Hillary en sitios donde los demócratas aun no entienden los resortes que mueven a la población.
El gobierno de Trump fue caótico y polarizante, pero hubiera ganado la reelección si no se hubieran atravesado la pandemia y George Floyd. Mucho de ello en parte por los pleitos internos entre la nomenclatura demócrata y los poderes fácticos dentro del partido, incluyendo los más radicales que prefieren el estruendo disfrazado de lucha pro derechos que preservar el gobierno.
Biden surgió en 2020 como la salida al caos, pero todos sabían que era un cartucho de corta duración.
Todos menos él y su familia.
Biden rompió el acuerdo de un solo periodo y, al buscar la reelección, ha puesto en riesgo la continuidad demócrata y la libertad de muchos de ellos que serán perseguidos por un régimen ya preparado para transformar a los Estados Unidos.
Trump no parará hasta perpetuar a los republicanos -él en primera fila- en el poder.
Por ello, Obama y los Clinton han apresurado una estratégica campaña para presionar a Biden a renunciar. No tienen que hacer mucho, el presidente norteamericano tiene enormes fragilidades que no puede ocultar con facilidad.
Pero los métodos de presión vienen de todos lados: la farándula y la industria tecnológica le han dado la espalda y, seguramente, la presión vendrá ahora desde la comunidad internacional y la justicia. Hunter Biden podría ser la siguiente víctima de esta guerra fraticida liberal.
París bien vale una misa y Washington bien vale tirar bajo del tren al hombre más poderoso del planeta. Sin embargo, esa es la parte más delicada del plan: Biden sigue siendo el hombre más poderoso del planeta.
La historia no se ha terminado de escribir y los juegos pirotécnicos apenas comienzan.
Una cosa más: lo que pase, no será benéfico para México.