Política

Saul Bellow: arte de narrar

Gil caminaba sobre la duela de cedro blanco y rumbo a uno de sus libreros de finas maderas. Una mano del destino lo llevó a un libro: Entrevistas en Paris Review, volumen I, Picador, 2006). Subrayados abundantes ocuparon la lectura de Gil, quien decidió arrojar a esta página del directorio las ideas del gran escritor Saul Bellow (1915-2015) sobre la literatura y sobre sus libros después de una larga entrevista con Gordon Lloyd Harper. Aquí vamos.

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Creo que cuando escribí mis primeros libros era tímido. Aún siento la increíble desfachatez de anunciarme al mundo como escritor y artista. Tuve que empezar por el principio, demostrar mis habilidades, someterme a requisitos formales. En suma, tenía miedo de dejarme ir. Cuando comencé a escribir Augie March, tuve que liberarme de muchas de estas restricciones. Creo que me deshice de demasiadas y llegué demasiado lejos, pero sentía la excitación del descubrimiento. Acababa de obtener mi libertad, y como cualquier plebeyo emancipado abusé de ella enseguida.

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Un escritor debe ser capaz de expresarse con facilidad, naturalmente, casi con exuberancia para liberar su mente, sus energías. ¿Por qué habría de entorpecerse con formalidades, con una sensibilidad prestada, con el deseo de ser “correcto”? ¿Por qué habría de forzarme a escribir como un inglés o un colaborador de The New Yorker? […] Tenía buenas razones para temer que se me considerara como un extranjero, un intruso. Cuando estudiaba literatura en la universidad me quedó claro que como judío e hijo de judíos rusos probablemente nunca tendría el derecho a sentir las tradiciones anglosajonas, las palabras inglesas. Incluso como estudiante me di cuenta de que las personas que me lo decían no eran necesariamente amigos desinteresados. Sin embargo dejaron una huella en mí. Fue algo de lo que tuve que liberarme. Luché por liberarme porque debía hacerlo.

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Obligado a elegir entre el lamento y la comedia, escojo la comedia, como más vigorosa, sabia y noble. Esta es una de las razones por las que me disgustan mis primeras novelas. Las encuentro melancólicas, a veces quejumbrosas. Herzog hace un uso cómico del lamento.

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Supongo que todos nosotros tenemos un apuntador o comentador dentro que nos aconseja desde los primeros años diciéndonos lo que es el mundo real. Hay un comentador así dentro de mí. Debo prepararle el terreno. De allí vienen palabras, frases, sílabas; algunas veces sólo sonidos, que intento interpretar, algunas veces párrafos completos, con todo y puntuación. […]

El apuntador, sin embargo, tiene que encontrar la ocasión perfecta. Si hay algo superfluo o implícitamente falso en los preparativos, se da cuenta. Debo detenerme. Con frecuencia tengo que volver a empezar, desde la primera palabra. No recuerdo cuántas veces escribí Herzog. Pero al final encontré el terreno aceptable para el libro.

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Al escribir, tengo en mente a otro ser humano que va a entenderme. Cuento con ello. No un entendimiento perfecto, lo cual es cartesiano, sino un entendimiento aproximado, lo cual es judío. Y un encuentro de simpatías, lo cual es humano. Pero no tengo un lector ideal en mente, no. Al parecer tengo la autoaceptación ciega de un excéntrico que no puede concebir que sus excentricidades no se entiendan.

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La gente que habla de artificios debe pensar que un novelista es un hombre capaz de construir un rascacielos para ocultar un ratón muerto. Los rascacielos no se edifican solamente para ocultar ratones.

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Creo que el arte tiene algo que ver con lograr la quietud en medio del caos. Una quietud que caracteriza la oración, también, y el ojo de la tormenta. Considero que el arte tiene algo que ver con suspender la atención en medio de la distracción.

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Para mí un tema importante de Herzog es el encarcelamiento del individuo en una privacidad vergonzosa e impotente. Él se siente humillado por esto; lucha cómicamente contra esto; y al final se da cuenta de que lo que consideraba su “privilegio” intelectual resultó ser otra forma de servidumbre. Quien ignora esto ignora el sentido del libro.

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No puedo culparme por no ser un moralista severo; siempre puedo usar la excusa de que después de todo no soy otra cosa que un escritor de ficción. Pero no me siento satisfecho con lo que he hecho hasta ahora, excepto por lo cómico.

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Esta semana Gil se ha sentido como esos reos condenados a una vida de prisión, esos hombres a los que unos custodios, carceleros sin corazón, los llevan a picar piedra bajo el sol. Así las casas (muletilla patrocinada por Grupo Higa), este viernes tiene el sabor de un sábado de gloria y sí, Gamés tomará la copa con amigos verdaderos. Mientras el camarero se acerca con la bandeja de Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular la frase de Calvino por el mantel tan blanco: Cada elección tiene su anverso, es decir, una renuncia, por lo que no hay diferencia entre el acto de elegir y el acto de renunciar.

Gil s’en va

gil.games@milenio.com

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Gil Gamés
  • Gil Gamés
  • gil.games@milenio.com
  • Entre su obra destacan Me perderé contigo, Esta vez para siempre, Llamadas nocturnas, Paraísos duros de roer, Nos acompañan los muertos, El corazón es un gitano y El cerebro de mi hermano. Escribe bajo el pseudónomo de Gil Gamés de lunes a viernes su columna "Uno hasta el fondo" y todos los viernes su columna "Prácticas indecibles"
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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