Gil cerraba el año con la garganta en llamas. Los informes del clima marcaban una temperatura de 5 grados centígrados. Amanecía a las 7:04 de la mañana y la calidad del aire era mala para grupos sensibles. Gamés abrió el libro de Blas Matamoro: Diccionario privado de Jorge Luis Borges (Nausícaä, 2008), una reedición, decíamos ayer, un libro legendario de subrayados de iluminaciones borgeanas. Gamés pasó las páginas y encontró esto:
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Esta ciudad que yo creí mi pasado es mi porvenir, mi presente; los años que he vivido en Europa son ilusorios, yo estaba siempre (y estaré) en Buenos Aires.
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Un admirador: Maestro, usted es inmortal.
Borges: Caramba, hombre, no sea usted tan pesimista.
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Un estudiante contestatario norteamericano: ¡Usted está muerto!
Borges: Es verdad sólo que hay un error de fechas.
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Un filósofo: En eso del tiempo, la filosofía ha hecho grandes progresos en los últimos diez años.
Borges: Y en eso del espacio ha hecho grandes progresos en los últimos cien metros.
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Rabindranath Tagore: Tramposo de buena fe, invención sueca.
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La memoria:
La realidad y mi recuerdo personal de la realidad son lo mismo.
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Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
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Los que decimos, no siempre se parece a nosotros.
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El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos.
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Tú mismo eres el espejo y la réplica de quienes no alcanzaron tu tiempo y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra.
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La vida es soportable porque ocurre en tajadas. Uno se levanta, se afeita, desayuna. Vamos haciendo las cosas lentamente. Por eso la vida es menos espantosa.
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La duda es uno de los nombres de la inteligencia.
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Las características principales de este siglo son la estupidez y la ingenuidad. La gente compra productos que recomiendan quienes los venden y se aficiona a personajes cuyos retratos han sido publicados por esos mismos personajes.
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Al cabo del tiempo el historiador se convierte en historia. Épocas hubo en que se leían las páginas de Plinio en busca de precisiones; hoy las leemos en busca de maravillas y ese cambio no ha vulnerado la fortuna de Plinio.
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La escritura es esa haragana artillería hacia lo invisible.
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El salteado trabajo del narrador es restituir a imágenes los informes.
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Toda lectura implica una colaboración y casi una complicidad.
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El escritor más eficaz es aquel que incluso puede parecer torpe.
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El verdadero trabajo del escritor es ser fiel a sus fantasmas, liberándose de ellos al escribir.
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Las escuelas literarias están hechas para los historiadores de la literatura, que son todo menos hombres de letras.
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Las herejías que debemos temer son las que pueden confundirse con la ortodoxia.
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Melancólicamente, no creo en Dios. Pero es tan extraño este mundo que no quisiera excluir la posibilidad de ser omnipotente.
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Toda casa es un candelabro donde las vidas de los hombres arden como velas aisladas.
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Los jóvenes son barrocos por timidez. Temen que si dijeran exactamente lo que se han propuesto los demás descubrirían en ello una tontería. Entonces se ocultan bajo varias máscaras, llegan a pensar que la literatura es una especie de arte combinatoria de palabras. Pero el arte se hace de vida y no de vida meramente observada.
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Al premiado con el Nobel siempre lo retan y uno ya está viejo para reprimendas. ¿Qué haría yo para soportar estoicamente los fundamentos de mi premio si por torpeza, distracción o ambas a la vez, me lo dieran?
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Sí: el año empieza a bajar el telón y Gil tomará la copa con amigos verdaderos, como en un largo viernes de conversación y cercanía. Mientras Gil se dedica a la molicie pondrá a circular en su mente esta verdad melancólica de Borges: La vida es pudorosa como un delito y no sabemos cuáles son los énfasis de Dios. Gil volverá a esta página del fondo el lunes 6 de enero. Péguenle duro al aguinaldo, no ahorren, no sean melindrosos. Coman y beban, suban 4 kilos de romero, bacalao, pavo relleno, confites y canelones. Y ya.
Gil s’en va
gil.games@milenio.com