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La muerte del PRI

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  • Gerardo Hernández

Un cadáver no necesita cirugía mayor, sino una autopsia para determinar las causas de su muerte. 

José Narro —quien además es cirujano y no forense— puede encontrar en Churchill respuesta a una realidad irrefutable, excepto para él: «En la guerra nos pueden matar una vez; en política, muchas veces». 

Desde la presidencia del PRI, Narro podría infundirle al difunto nuevo aliento. Amigo y contemporáneo de Luis Donaldo Colosio, es el único capaz de liberarlo de la cleptocracia y reconciliarlo con la sociedad y con sus militantes.

Pero si la nomenklatura peñista-salinista, de la cual forman parte el exgobernador de Coahuila Rubén Moreira y su esposa Carolina Viggiano, utiliza partes en descomposición de distintos cuerpos para engendrar un liderazgo con Alejandro Moreno —clon de Peña Nieto—, el resultado será el mismo obtenido por Víctor Frankenstein en la novela homónima de Mary Shelly: un monstruo que espanta a todo el mundo y abomina de sí mismo.

Fundado en 1929 bajo las siglas del PNR para suprimir los cacicazgos locales y concentrar el mando en el presidente, el PRI sufrió una regresión en la primera alternancia de 2000, la cual devino, 18 años después, en crisis terminal. 

La incuria de Vicente Fox les permitió a los gobernadores crear un feudo en cada estado y en casos extremos de nepotismo, transmitir el poder entre hermanos como ocurrió en Coahuila.

Moreno, cuya compañera de fórmula es Viggiano, representa a la generación de Peña. Una camada tan rapaz como inepta y de hibris exaltada. 

El gobernador de Campeche dio muestra del síndrome en su tercer informe cuando se destapó para la presidencia de un partido pulverizado en las urnas el mes previo: 

«A mí jamás me vencerán, pues (…) para vencer a alguien, se tiene que rendir» (La Jornada, 7-08-18).

Moreno, en efecto, no es suicida. Por eso su rendición temprana ante Morena y el presidente López Obrador, de quien, según Ulises Ruiz, otro de los aspirantes a la jefatura del PRI, es marioneta. 

El poder convirtió al gobernador de Campeche en una especie de rey Midas, como a los Duarte, los Borge y los Moreira. 

Según el activista por los derechos humanos Alfredo Lecona, su ascenso patrimonial «debería centrarlo en una investigación de enriquecimiento ilícito» (Aristegui Noticias, 17-01-17).

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