Las expectativas no son malas, pero si están centradas solo en los logros académicos de nuestros hijos y no en su capacidad para ser felices, estos crecerán pensando que su único valor es su capacidad de obtener reconocimientos en la escuela y buenas calificaciones.
Un niño cuyos padres siempre preguntan por las notas y tareas de clases, y omiten interesarse en sus sentimientos o experiencias afectivas, aprenderá que sus emociones no son importantes o que a nadie le interesan.
Si solo estamos esperando el sitio en el cuadro de honor, la participación en la escolta y calificaciones elevadas para presumirlas con las amistades, crecerán sintiendo minimizadas sus emociones. Creerán que solo valen por su hacer y no por su ser.
Podemos imaginar una recta numérica para entender la influencia de las expectativas de los padres:
Empecemos desde el rango inferior, donde están los progenitores desvalorizantes e hipercríticos, que suelen minimizar los logros de sus hijos o hacer comentarios hirientes sobre sus capacidades o errores.
Son la peor influencia sobre ellos, porque ese tipo de comentarios tiene un efecto demoledor en la autoestima, y aprenderán a autodevaluarse y a conformarse con cualquier cosa, porque sentirán que no merecen más.
En un segundo escalón están los padres que no son ofensivos, pero tampoco suelen elogiar o reconocer los esfuerzos de los chicos.
Son más bien indiferentes y suelen decir cosas como “pues es tu obligación sacar buenas notas, es lo único que haces”.
Estos hijos seguirán esforzándose por agradarles y harán lo mismo con los demás conforme crezcan, creyendo que nunca nada de lo que hagan es suficiente.
Luego siguen los padres asertivos; que elogian y felicitan a sus hijos pero se centran en lo que son como persona y no en sus capacidades.
Y por último, están aquellos padres que sobrevaloran solo los éxitos de sus hijos y los presumen como súper maduros e inteligentes.
Estos crecerán con un enorme miedo a fallar y serán sobreexigentes consigo mismos, trabajarán probablemente de manera obsesiva y competitiva y hasta sintiéndose culpables por tomarse un descanso.
¿Qué tan asertivos estamos siendo como padres?