La semana pasada dejamos a Quetzalcóatl a punto de probar la bebida que le ofreció un viejo hechicero para sanar los males del cuerpo y del alma.
Y tras varias súplicas, la deidad bebió, convencida de que así recobraría la paz y los colores que había perdido en su ánimo.
—¿Qué es esto? —reaccionó—. Es muy bueno y sabroso.
Ya me quitó la enfermedad. Me siento muy bien.
Y continuó bebiendo hasta emborracharse, y comenzó a llorar con tristeza.
Se le ablandó tanto el corazón que le creció el deseo de irse de su reino, como lo hace Venus —la Estrella del Alba— hundiéndose en el horizonte.
El viejo nigromántico lo había doblegado con esa bebida blanca nacida del corazón del maguey: el pulque.
Más le hubiera valido no probar aquel licor: allí empezó la caída, y no solo la de Quetzalcóatl, sino la de todo el pueblo tolteca.
El segundo hechicero entró en acción: Titlacaoan, ‘El que Controla las Voluntades’, manifestación del dios Tezcatlipoca.
Por medio de conjuros, se transformó en Toueyo, un extranjero que llegó completamente desnudo al mercado de Tula, situado frente al palacio de Huémac, para vender chile verde.
Como se darán cuenta, no hay ironía mítica más sutil en la elección de este fruto.
Huémac, ‘El Señor que da Grandeza’, era el gobernante activo del reino, ya que Quetzalcóatl era como un sacerdote y no tenía hijos.
La hija de Huémac, muy hermosa y en edad casadera, arrojó su mirada hacia el mercado y vio la desnudez de Toueyo, especialmente su parte genital.
En un instante, se apoderó de ella un deseo insoportable, que de inmediato le hinchó todo el cuerpo.
La noticia llegó a los oídos del padre: la hija estaba enferma de amor.
El señor mandó traer a aquel hombre que vendía chilli verde. Pero no lo encontraron.
Mágicamente, un día reapareció en el mercado. Más tarde, frente a frente en el palacio, Huémac le preguntó:
—¿Por qué no vistes un taparrabos y por lo menos te cubres con una manta?
—Señor, así acostumbramos en nuestra tierra —le respondió.
—Pues has antojado a mi hija y la tienes que sanar.
Cualquier tolteca habría aceptado muy gustoso, pero Toueyo se negó y dijo:
—Señor mío, mátame. No soy digno de oír tales palabras. Yo solo vine a ganarme la vida vendiendo chile verde.
Huémac insistió:
—Es necesario que sanes a mi hija. No tengas miedo.
Y luego de dar la orden, los sirvientes bañaron a Toueyo y le cortaron el pelo.
Después, le tiñeron todo el cuerpo con tinta, le ciñeron el maxtli y lo cubrieron con una manta.
—Anda y entra a ver a mi hija —le indicó Huémac al verlo listo—. Allí está dentro.
Y Toueyo obedeció y durmió con la doncella. Y al término, la mujer quedó sana y buena.
De esa manera, Toueyo se convirtió en yerno del monarca.
Pero ¿qué estaba tramando aquel forastero de cuerpo alegre? ¿Cuál era en realidad el plan de aquella triada de hechiceros?
fernandofsanchez@gmail.com