Cultura

El presidente y el libro: Memento Mori, Meditaciones (3)

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  • El presidente y el libro: Memento Mori, Meditaciones (3)
  • Fernando Fabio Sánchez

El presidente quedó solo. Era de noche, había terminado el trabajo y se encontraba en su oficina de la residencia oficial.

Sacó un libro del cajón. Leyó el título: “Meditaciones”. El autor: Marcus Aurelius Antoninus, universalmente conocido como Marco Aurelio.

Había escuchado de la obra en la facultad de economía. 

En aquel tiempo, un profesor de filosofía con apariencia de anciano, mal vestido y que, por ello, demostraba su coherencia intelectual, dijo:

—Este libro se puede resumir en la frase del poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson: “La esencia de la grandeza es entender que la virtud es suficiente”.

El joven presidente no entendió aquella frase, o más bien no la quiso entender. 

En su carrera de político había otras frases que le eran de más utilidad, como aquella de Parménides que escuchó del mismo profesor: “la nada produce nada”.

La frase lo había hecho entender que, si deseaba ocupar algún día la presidencia, “algo” —siempre algo— debía ser y hacer.

Ya lo había dicho Maquiavelo: el príncipe virtuoso muere, pues su poder no nace de la virtud moral, sino de sus acciones.

El presidente había pensado —y quizá ahora lo comprobaba— que la virtud era la nada y que “algo” era la acción, es decir, la audacia, el caos, la consumación.

No obstante, ahora se encontraba frente a ese libro escrito por uno de los hombres más poderosos del mundo y que elevaba la rectitud moral ante cualquier circunstancia, el dominio del carácter y el aprecio de la vida en su duración indescifrable.

Ahora se encontraba en conversación con ese hombre que había revelado la naturaleza insostenible del poder y —claro— de la vida: “En un instante más y habrás olvidado todo; otro, y todos te habrán olvidado”.

Había escuchado que la esposa del presidente John F. Kennedy, Jacqueline, vivió en la carne esta sentencia en el avión presidencial rumbo a Washington, pues su esposo había sido asesinado unas horas antes en Dallas, Texas, y el vicepresidente Lyndon B. Johnson, ahora, en pleno vuelo, asumía el mando de los Estados Unidos.

Jacqueline nunca estuvo más sola y los funerales de su esposo demostraron precisamente al mundo que un cuerpo muerto ya no tiene voz, que la vida esconde capítulos inadvertidos, puertas que esperan llaves invisibles. 

Todo puede cambiar en un segundo.

Eso mismo le podría pasar al presidente: morir, irse, dejar la silla y de esa manera cesarían sus proyectos. Su nombre dejaría de tener cuerpo, actualidad. Sería precisamente eso: nada.

Sintió soledad y escalofríos. Más no podía compartir con nadie aquella fragilidad y finitud, con nadie más que consigo mismo.

Esa era una cualidad estoica —ahora se daba cuenta—. Eso tampoco le contó a nadie.

En ese momento, escuchó una voz que lo manda llamar para la cena. Él se preguntó: “¿Es mi esposa o es la voz de mi conciencia?

*Recreación imaginaria a partir de “Meditations”: Marco Aurelio (Modern Library; trad. Gregory Hays).

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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