Cultura

El editor y el colaborador: El catálogo de palabras

  • 30-30
  • El editor y el colaborador: El catálogo de palabras
  • Fernando Fabio Sánchez

Piensa William Chester Minor:

Recibí una invitación para reintegrarme al mundo. El Dr. James Murray, en nombre de la Universidad de Oxford y de la realidad entera, me ha enviado una serie de reglas que debo seguir para convertirme en colaborador del diccionario más extraordinario de la lengua inglesa.

Primero, en la parte superior izquierda de una media hoja de papel, debo escribir una palabra elegida.

Justo debajo debo anotar la fecha de aparición de la palabra, y luego el autor y el título del libro citado, el número de página y finalmente el texto completo que contiene la palabra en turno.

Los editores sugieren a los lectores que se concentren en palabras poco comunes, obsoletas, anticuadas, nuevas o peculiares.

Aunque yo creo que las instrucciones son, en realidad, ambiguas. Creo que los lectores deberían concentrarse asimismo en las palabras comunes, pues concentrarse solamente en las palabras extrañas podría causar un desequilibrio en el diccionario.

Tendría, por ejemplo, un cúmulo de información mayor en el artículo sobre “abusion” (porque los lectores la consideraron más relevante y escribieron más entradas por lo mismo) que en el de “abuse”, palabra mucho más común y, por eso, menos elegida.

La clave está en crear un índice alfabético de todas las palabras que contienen los libros señalados, de manera que las palabras puedan encontrarse fácilmente cuando se requiera, junto con su lugar preciso en los libros.

Los libros están frente a mí. Veo cada uno de los volúmenes en los libreros. Son mi más preciada posesión.

Debo mantenerlos a salvo. Protegerlos de los predadores que habitan el asilo y que salen por la noche.

Debo leerlos y debo alejarlos de aquellos que me persiguen, y debo hacerlo todos los días, lo debo hacer por diez años más.

Leo mi primer libro, “Complete Woman”, publicado bajo el nombre de Jacques du Boscq en 1639. Es un libro oscuro y exótico, lleno de palabras extrañas y entretenidas.

De todas las palabras ninguna me ha parecido interesante hasta que veo “buffoon” en la página 34. Me intriga su aparición inusitada. Escribiré “buffoon” en la primera página de mi cuaderno.

La escribo en la primera columna y elijo colocarla en el último tercio inferior. Más adelante, habrá otra palabra que inicie con B y que, por su orden alfabético, colocaré arriba de “buffoon”, como la palabra “blab”.

La escribo sobre “buffoon”, un poco alejada porque su segunda letra es una “L”.

Ahora encuentro “Balk”. En la lista, ocupa una posición superior porque su segunda letra es una “a”.

Mi objetivo será llenar los espacios entre estas palabras con nuevas palabras. El objetivo es completar una extensa lista de palabras que empiecen con B. Una lista de palabras significativas, nuevas y antiguas; palabras comunes y misteriosas.

Asimismo, iré construyendo las listas de la letra A y la C, la D y la E, y también la F, y todas las demás hasta Z, sin dejar una palabra elemental fuera de la lista.

Mi escritura es pequeña y legible. Me enorgullece la nitidez de mi letra. En cada uno de los trazos, está el deseo de provocar el asombro y la admiración, más que nada por mi atención a los detalles. 

Nadie pone atención a los detalles más que yo. Soy cirujano.

He terminado de leer, enlistar y anotar el primer libro. Ha sido un trabajo intenso, de nervio, designado sólo para las almas más tenaces. Han pasado semanas, quizá meses.

Empezaré otro libro y no descansaré hasta construir otro listado total de palabras, y así empezaré otro libro, y después otro. Concluyo conmigo mismo que ésta es la tarea más alta que un hombre puede realizar.

Terminé de indexar el último libro. Todas las palabras de mi biblioteca están indexadas. 

Sólo ahora me descubro preparado para ayudar a los editores del Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa. Han pasado más de cuatro años desde aquel contacto inicial.

Elegiré las palabras que considero sustanciales para el diccionario y cumpliré con las reglas que me envió el Dr. Murray.

Ahora que lo pienso. Puedo ir todavía más allá en mi objetivo de controlar todas las palabras de mi biblioteca.

Puedo crear una lista maestra que organice todas las listas. Una clave. Un diccionario de diccionarios.

Podría utilizar un archivo de fichas giratorio con una pestaña para cada letra. Por medio de este pequeño archivo sería posible localizar cualquier palabra en las listas. Sería la entrada a los libros.

No sé qué método de trabajo emplean los editores. Yo, aquí con mi sistema de listas, libros y clave giratoria, soy capaz de encontrar citas de cualquier palabra.

Me han indicado los editores que necesitan contribuciones de la palabra “art”.

“Art” es una palabra muy bella. Es un honor pronunciar esa palabra y un privilegio proporcionar citas de ella. 

Mi alma encuentra redención en cada una de las letras que escribo al definirla.

*Recreación de The Professor and The Madman (1988) de Simon Winchester.

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