Política

Xenofobia

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Hace unos días publicó Jorge Durand un artículo para protestar contra la xenofobia institucional de la UNAM. Se refería a la convocatoria para un puesto administrativo exclusiva para “mexicanos de nacimiento”: una muletilla muy conocida. Imagino que detrás de eso hay algo de la política de la universidad que no me interesa en absoluto, pero la queja se sostiene por sí sola. Dice Durand que algunos colegas le han dicho que eso no es discriminación: uno argumenta que es para evitar que “los extranjeros” ocupen puestos de dirección en “instituciones de carácter básico”, y dice que si se permitiera, “se arriesgaría el futuro de la patria”; otro dice que las personas “se hacen mexicanas por interés, y no por amor a este país”. Es un reflejo antiguo, que saca a la luz emociones muy oscuras.

Está muy difundida la idea de que en México no hay racismo ni xenofobia porque esta es una sociedad mestiza. Y también hay la fantasía de que “México ha sido muy generoso con quienes vienen de otros mundos”. La verdad es que no. El prejuicio xenófobo está tan arraigado que hay quienes de verdad no ven que sea discriminatoria una regla para excluir no por capacidad o formación, sino por el lugar de nacimiento —les parece, no sé, natural. Pero además opera un resorte paranoico, el miedo a “los extranjeros”, la desconfianza, el resentimiento: no se puede confiar en “los extranjeros”. Lo más revelador es que después de haberse nacionalizado, siguen siendo “extranjeros” —nunca del todo mexicanos.

A la vista de lo que han hecho con las instituciones y con el país los mexicanos de nacimiento, hijos de mexicanos de nacimiento, a su vez hijos y nietos de mexicanos de nacimiento, no se entiende muy bien el miedo a “los extranjeros”. En cuanto a la “generosidad”, habrá que preguntar a los haitianos, a los guatemaltecos, salvadoreños, y a todos los que durante generaciones se han encontrado con cláusulas así, cotos para “mexicanos de nacimiento”.

Pero lo más revelador es que se exija “amor a México”. En asuntos serios como este hay que sospechar siempre de las efusiones sentimentales. Y de nuevo, es curioso que la expresión no parezca obviamente incongruente. A un ciudadano se le puede pedir, se le tiene que pedir que cumpla con las leyes, que pague los impuestos, pero nada más. Si ama o no ama a México, si siente cariño o gratitud o lo que sea, si siente tristeza o amargura es asunto suyo, y no tiene la menor importancia ni sirve de nada. Y a los gobernantes, por cierto, hay que exigirles lo mismo: que cumplan con la ley y que hagan bien su trabajo –si aman mucho a México es por añadidura. La pirotecnia sentimental del amor a la patria está en lugar de esa exigencia para ocultar lo que no hay: ni se cumple ni se hace cumplir la ley, pero el amor es desbordante.

A falta de otra cosa, igual que en el resto del mundo, los políticos llevan una temporada agitando las fantasías étnicas, el recelo hacia los de allá, los otros. Es una pasión democrática, sin duda, que enciende en todos una misma, fervorosa ira. El resultado es siempre desagradable, muchas veces criminal: sabemos dónde empieza, pero no dónde termina.

Fernando Escalante Gonzalbo

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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