El domingo pasado tuvimos un cuadro de época, un panorama del paisaje moral del país que merece recordarse. Recorrió Paseo de la Reforma hasta el Zócalo la Marcha por la Paz, la Verdad y la Justicia, una manifestación silenciosa de víctimas de la violencia de estos años. En la marcha había algunos rostros nuevos, muchos otros que llevan años en el mismo empeño —en total, no serían más de mil 500. A medio camino, una comisión entregó en el Senado documentos con una propuesta de justicia transicional. Y al llegar al Zócalo fueron recibidos por un grupo de activistas del obradorismo que trataron de cerrarles el paso, y los llamaron traidores, vendepatrias, ratas, asesinos, pidieron a gritos que se expulsara del país a la familia LeBarón.
El Presidente había puesto el tono, estigmatizando a los manifestantes: descalificó la marcha, se puso él mismo como víctima, que necesita protegerse, y ubicó al movimiento entero en el campo de “nuestros adversarios”. No hacía falta nada más. En la reunión del Senado no hubo representantes de Morena, y el presidente, Ricardo Monreal, encontró una salida bufa, para poner a la marcha en su lugar: “compromisos previos”. El subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas, supo tomar distancia: dijo que las agresiones “no son correctas” (solo eso, no son correctas) porque “no todos tenemos que pensar igual” —las víctimas tienen su manera de pensar, es asunto suyo. Para dejarlo todo en claro, el Presidente se refirió a las agresiones en su arenga del lunes: “eso tiene que ver con las diferencias que existen”.
Se ha escrito mucho en estos días para afearle al Presidente su actitud. No sé si tenga mucho sentido. La sola existencia de las víctimas, decenas de miles de víctimas, es un reproche para el gobierno, y si tratan de tener visibilidad, mucho peor. Y todos sabemos que en los años que vienen va a haber más, muchas más. La única manera de neutralizar ese reproche es hacer de las víctimas “nuestros adversarios”, conservadores, cómplices de los responsables de la violencia. De modo que de aquí en adelante da lo mismo lo que digan, todo se entenderá en esa clave: son los adversarios. Y las víctimas ya no estorban. Solo hace falta un pequeño esfuerzo para vencer la vergüenza.
La violencia es la materia básica de la política en México hoy. En el centro están el Ejército, las policías, el Código Penal, y también las víctimas, que son lo más difícil de acomodar. Entre otras cosas, porque el lenguaje de nuestra vida pública rechaza desde hace 10 años cualquier forma de empatía. Esto es solo una fase superior del mismo modelo: ya no hace falta compadecerse de nadie.
En cuanto a los energúmenos del Zócalo, prefiero pensar que haya sido algo organizado, prefiero pensar que algún miembro del gobierno haya querido mostrar el espectáculo del pueblo indignado, dispuesto a defender al Presidente contra lo que sea. Eso no mejoraría mucho su calidad moral, pero al menos, si hubiesen sido acarreados, habrían tenido algún motivo para estar allí, algún motivo cínico, tal vez incluso humanamente disculpable. Me temo que no sea así.