Hace casi 16 años, a René Juvenal Bejarano Martínez le quitaron su fuero constitucional como diputado para que pudiera encarar un proceso judicial que lo llevaría al Reclusorio Sur por ocho meses.
La historia es conocida: el Profe tenía 47 años, lo habían filmado recibiendo de manos del empresario Carlos Ahumada varios fajos de dólares sujetados por férreas ligas. Las imágenes de esos videos se trasmitieron en un programa de televisión, conducido por el payaso Brozo, interpretado por Víctor Trujillo. Desde entonces, a René Bejarano se le conoció como El señor de las ligas. Ese señor, importante recordarlo, no solo formaba parte del círculo más cercano sino también se desempeñaba —como ahí mismo se observaría— de recaudador, operador político y defensor de las reformas sociales que entonces promovía Andrés Manuel López Obrador.
Casi se podría asegurar que quienes hoy pudieran acercarse a esa memorable jornada de su desafuero, el 4 de noviembre de 2004, revivirán uno de los momentos más insignes que marcan la sincera procacidad en materia de autodefensa del político mexicano de los últimos tiempos que, a su vez, es de todos los tiempos.
El recuerdo es tan vívido como esa sensación de enchinarse la piel que todavía provoca verlo ahí, erguido, cual gallardo mártir frente a un pelotón de fusilamiento. Vayamos. Recordar es vivir: ahí está el Profe Bejarano de pie, apoyado en un atril. Ahí lo escuchamos, de frente a las señorías parlamentarias: “Yo invito, señoras y señores diputados, a hacer a un lado aquellas querellas basadas en los odios, en las imposturas”, iniciaba su alocución. El Profe se asumía víctima de una andanada mediática en su contra y les recordaba que “los decidores mediáticos no son los jueces ni los fiscales”.
En la exposición de motivo para su autodefensa, el Profe reclamaba que la embestida mediática en su contra tenía características incluso de mayor calado criminal que las causas que lo estaban llevado al desafuero. Es la socorrida justificación del político que no ve en sus actos más que la consecuencia natural del esfuerzo y sacrificio de su trabajo público, aunque éste solo haya sido para dejar corromper o corromperse él mismo. Para el Profe el haber participado en una entrega de dinero no del todo lícito y todavía ser grabado era acaso algo indebido, pero no punible: “La ominosa máscara de acumuladores de bienes y dadores de males quieren destruirnos a partir del reconocimiento público de la comisión de un acto indebido”, argumentó sin pudor.
Lo que vino después fue otra joya de la justificación autocomplaciente. Revivamos y escuchémoslo con su voz de aletargado maestro: “Yo confío en el fuero de la gente, en la sabiduría de la gente que sabe distinguir entre lo que es una maniobra política, lo que es un acto indebido y lo que es un acto delictivo”.
La confianza en sí mismo y en el porvenir estuvo de su lado. El Profe Bejarano fue absuelto de las acusaciones de lavado de dinero, delitos electorales y operación con recursos de procedencia ilícita. De hecho, todavía está esperando que las autoridades le ofrezcan una disculpa pública por daños morales.
Ahora, casi 16 años después, con el reciente proceso judicial que encara Emilio Lozoya, ex director de Pemex, quizá sirva recordar que la andanada mediática actual, ya sin pudor y sin duda, pudiera ser de mayor calado que los actos “indebidos” que saldrán públicamente y de los cuales hasta tengan la misma suerte que tuvo el Profe Bejarano.
@fdelcollado