Es de tal magnitud lo expresado por la diputada Abelina López durante su intervención del pasado 13 de octubre que su registro debe perpetuarse casi en letra de oro.
Esos instantes guardan una vivencia memorable e imborrable en cuanto a la pureza del cinismo en ellos expresados que no desaparecerán en tanto no termine la gloria ni la fama del México-Tenochtitlan de la Cuarta Transformación. Su proeza ha vencido el tiempo. Y ha venido a ilustrar mucho de lo que los actos de corrupción política, aun por imaginarlos banales, no deberían dejar de sorprendernos.
Por ello las crónicas, animadas y elocuentes, no se han detenido en deletrearla con sus señas, santos y oficios. Regístrese: ella, nativa de la localidad de Oaxaca. López de primer apellido. Rodríguez del segundo. Morena de afiliación política. Diputada federal del distrito IV con sede en Acapulco. Maestranda en Derecho Penal. Sumémonos. Seamos sus escribanos y dejemos aquí constancia de hechos cual oficialía de parte…
Y dícese pues que apoyada en el atril de la máxima tribuna de la nación. Erguida hasta lo más. De frente a la dignidad de la representación patria, Abelina levantose la voz e hizo un ademán de firmeza con el puño cerrado, tocando la base del atril como cuando se exige el cambio de consumo al mesero. Ahí, encendida de ánimos, preguntose a la audiencia: “¿Dónde está la verdadera corrupción del sistema?”. Llevose de inmediato las dos manos hacia sí misma a la altura del pecho. Infló la caja torácica. Repitió en dos ocasiones seguidas como reafirmando un orgullo propio: “Yo litigo, yo litigo”, extendiéndose el eco por todos los rincones del templo parlamentario.
Lo que siguió a continuación fue el acto de sinceridad más emblemático que se hallase escuchado, visto y sentido en lo que va de la 4T (¡que ya va mucho!). Revivamos, conmovidos, la confesión de parte en toda su franqueza: “Tuve que dar la módica cantidad de 20 mil pesos para que la corrupción del sistema permitiera solicitar al juez el juicio abreviado”. Describen las imágenes de lo ahí sucedido que diciendo lo anterior levantó la mano diestra a la altura de los hombros y con el dedo índice apuntó hacia las señorías parlamentarias.
Estaba por concluir su intervención. Inmune ella. Se hizo, sin recato ni escrúpulo, de cuanta libertad de expresión tenía y ejercía. Serían, a la postre, los 59 segundos que estremecieron al mundillo político y retrataban de cuerpo entero al país.
Volviendo a lo ahí acontecido y justo cuando estaba en lo mejor del sermón hizo pausa, tomo agua, un sorbo, para después volver hacia la audiencia e increpar a las dignidades parlamentarias que la señalaban, prendidos de arrojo, de “¡corrupta, corrupta!”
Entonces, dirigió la diputada su mirada por delante de sus correligionarios y proclamó con voz directa, sonora: “Son ignorantes porque no saben del procedimiento”. Desdeñados ellos, volvió en sí, para sí. Se hinchó de cuerpo. Tomó aire. Diciendo: “Por eso digo que los verdaderos violadores del derecho son ustedes”. Y un silencio impasible se desplegó sobre el dominio de las curules.
Seguía cual erguida: “y cínicos vienen hablar aquí de honestidad, de justicia”. Eso lo decía en tanto giraba su rostro en rededor del recinto como acariciando con su mirada a todos los parlamentarios para soltarles en sus caras: “Más bien vinieron aquí a hablar de pura barbaridad”. Y un silencio impasible se desplegó en el graderío.
“Es cuanto...”, concluyó en seguimiento al protocolo. En 59 segundos la patria se desnuda. El sistema se expresa. La corrupción se carcajea.
@fdelcollado