“No existen los poetas, existen los hablados por la poesía”, advierte Ricardo Zelarayán, incrédulo de los géneros literarios. Robert Musil no fue escritor, sino un hombre que escribía y ofreció a su patria más de lo que pudo retribuirle. Enterrado en el Cementerio de los Reyes, Suiza, nació en esta fecha hace 139 años, así que tal época hereda el rescoldo de la Primera Guerra Mundial y recibe la Segunda.
Musil redacta utilizando la inteligencia como objeto de lucha a favor de una evolución reflexiva. El hombre sin atributos, primera novela rechazada de inicio en casas editoriales y posteriormente emblemática, cuenta con el inconveniente del oscurantismo, aunque posea múltiples traductores. Reich-Ranicki (el Harold Bloom de la crítica alemana) que aprecia Juan Villoro, comenta acerca del libro que “se asemeja a un desierto con bellos oasis. El trayecto de un oasis a otro constituye a veces una tortura. Quien no sea un masoquista acabará capitulando”. ¿Qué impide trasladar juntos juicio y acción al estadio de nuestra cotidianidad? Una independencia del criterio: lo que pertenece a la razón depende de la calidad personal y a ello añadimos la experiencia práctica y espiritual de cada individuo.
Sobre la estupidez es un discurso el cual interpreta cuestiones de ontología y accidentes asilados donde repercute y, sin embargo, todos tenemos algún rasgo de estúpidos al exaltarse la conciencia. Repasando así los títulos del autor, por inercia, encontraremos aquellos desconocidos que contienen mayor claridad y menos pretensión. Atrapamoscas (Ediciones Godot) ejecuta en cada relato una serie de tramas que otorgan dignidad a lo ignorado, reivindican su verdad y nadie lo discute, “poco a poco la fabulosa esencia humana empieza a fluir”:
“Ovejas vistas desde otra luz”: son antiguos animales católicos, religiosos compañeros de la humanidad.
“El desparramador de pintura”: explica por qué el pintor y el poeta siempre parecen pertenecer al pasado o el futuro.
“Monumentos”: construidos para ser vistos (…) al mismo tiempo los impregna algo que repele la atención.
Así, nueve historias van sucediéndose con la misma estructura, breve y concisa, acerca de temas determinados. Harto de lo urgente y la subversión, Musil dispuso la lucidez al servicio del lenguaje; un ejercicio aparentemente fútil, pero requiere maestría. No resultan convenciones propuestas como ficción ni persisten en nombrar lo azaroso y manipularlo: dan un homenaje de vida a cada cosa.