Política

Preocupado por el país

Preocupado por el país.  ENRIQUE TOUSSAINT
B.

Decidí comenzar este artículo desde las emociones. Emociones razonadas, por supuesto. Siempre me he sentido vacunado frente a aquella propaganda de la venezualización de México. Más que el miedo, he visto en la política una señal de esperanza. De cambio. Tengo enorme fe en la política como instrumento civilizatorio para llegar a acuerdos entre personas que piensan distinto. Creo en la diversidad y, por ello, considero que ninguna mayoría tiene legitimidad para pisar los derechos y las libertades de las minorías. Con sus idas y caídas, involuciones y evoluciones, pero México había ido consolidando su democracia en los últimos años. Hasta volvió el PRI y hubo temor, pero una ciudadanía consciente echó a esa camarilla de corruptos a la calle en un sexenio.

La llegada de Andrés Manuel López Obrador nunca me atemorizó. Soy progresista: creo en las libertades, en los derechos humanos, en una economía más justa, en la sustentabilidad ambiental, en un estado del bienestar que garantice educación y salud a todos, en un sistema fiscal más justo. Los ideales republicanos: libertad, igualdad y fraternidad. Aquel AMLO de 2018 no me transmitía temor, sino posibilidad de cambio. Había una élite temerosa, pero el grueso de la ciudadanía le dio un voto de confianza a un presidente que prometió unir y no dividir, prometió ver por los de abajo y no por los potentados, prometió cuidar la democracia y no destruirla.

El problema es que la evolución del sexenio ha radicalizado a López Obrador y a su proyecto. La revancha corre por las venas del presidente. El ajuste de cuentas. El presidente propaga odio todos los días. El panorama es desolador. La violencia campa a sus anchas en el país y el secretario de Gobernación tiene vía libre para politizar la agenda de seguridad y dinamitar los puentes con los gobernadores de oposición. Parece que todo vale cuando se trata de mantenerse entre las corcholatas del presidente. Tatiana Clouthier se despidió del gabinete diciendo: “todos están metidos en la sucesión”. Sí, lamentablemente sí. Todo se enmarca en esa clave. El país vive una ingobernabilidad manifiesta. Mucho discurso y poco gobierno. Mucho simbolismo y poca eficiencia. Inseguridad, estancamiento económico e inflación, pero para López Obrador el problema es la autoridad electoral o lo que opinan algunos periodistas.

Como bien diferenciaron conceptualmente Paula Sofía, Gibran Ramírez y Carlos Bravo Regidor en el programa televisivo Es la Hora de Opinar: ya ni siquiera estamos hablando de la militarización de México, ahora la doctrina del obradorismo es el militarismo. La apuesta por los militares copa todos los espacios de decisión pública. Nunca vimos venir que López Obrador iba a destruir a la burocracia para sustituirla con militares. Ni siquiera el más ferviente antiobradorista hubiera imaginado que el presidente llevaría el militarismo tan lejos. Es tal el poder y la impunidad del ejército que alcanza incluso a la insubordinación frente al parlamento. Luis Crescencio Sandoval se negó a comparecer frente a los diputados. ¿Nos parece normal que los militares se declaren en rebeldía frente a la sede de la soberanía nacional? ¿Nos parece normal que Adán Augusto sea su vocero? Un gobierno títere de los militares. No sería latinoamericano ni de izquierda si no me preocupara el debilitamiento del poder civil. Ya no sé quién manda realmente en este país. Conozco la historia y sé que el camino del militarismo nunca acaba bien.

Y en este contexto, el embate del presidente contra las instituciones democráticas. Se equivoca quien cree que el presidente busca cooptar al INE. López Obrador quiere destruir al árbitro electoral. Es la cima de su embate al orden democrático de la transición. Al igual que algunos de sus asesores y propagandistas, el presidente considera que la democracia llegó con él. Por eso bautizó al primero de julio como el día de la democracia. Todo lo que se construyó desde el fraude de 1988 fue una simple simulación o un pacto corrupto entre élites. Él representa al pueblo y a la democracia.

La justificación de López Obrador para destruir al INE es su costo. “Es muy caro”, repite incesantemente. En eso tiene razón: la democracia cuesta. Las dictaduras son más baratas. Ahí uno ordena y el resto obedece. En los autoritarismos no hay “estorbos costosos” como las elecciones, los congresos o los tribunales. El dictador define con su dedito para donde va el país.

No quiero ser ambiguo en esto: si AMLO consigue doblar al PRI y destruir al INE, México ya no vivirá en una democracia. En los próximos días no se juega el sexenio o el futuro de la Legislatura, sino la democracia misma. Nunca había sido tan importante que existan legisladores que se atrevan a decir que no. Escribió Javier Cercas que la valentía es decir que no, cuando todo y todos te obligan a decir que sí. Cuando el Estado utiliza todo su poder (inteligencia, espionaje, ministerios públicos) para doblar cualquier disidencia.

El presidente no puede utilizar su popularidad para subvertir el orden democrático. Permitir que altere las reglas de juego electoral es abrir la puerta a la muerte de la democracia. La muerte de todo aquello que se ha construido y que hoy garantiza que nuestros votos valen, que podemos organizarnos como ciudadanos, que podemos levantar la voz frente aquello que no nos gusta, que podemos opinar sin que nos encarcelen, que podemos castigar a los gobiernos que traicionan la voluntad popular, que tenemos tribunales para dirimir nuestras diferencias. México no es ningún paraíso. Tampoco lo fue en el pasado. Sin embargo, la deriva de este gobierno hacia el autoritarismo nos debe preocupar a todos.

Enrique Toussaint
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